Todos sabemos que existe un Dios
del fútbol. No tiene espacio en el santoral, nadie lo saca en procesión y no se
le conoce residencia fija en la iglesia de algún pueblo, pero todos los
futboleros recurrentemente “hablamos” con él.
Tampoco tiene un día especial de
veneración, ni una oración determinada y no se conoce estampita alguna donde se
pueda ver su figura. Que me perdonen la Virgen de Guadalupe, San Francisco de
Asís y San Benito de Palermo, pero el Dios del fútbol debe ser quien cuenta
con más seguidores en el planeta.
Nadie sabe nada de él, solo se
conoce que anda repartiendo milagros futboleros en los 5 continentes, y que no
hace distinción al momento de repartir sus regalos. Es tan generoso que beneficia de
igual manera al club rico o al club pobre, al futbolista desconocido y al
famoso.
El Dios del fútbol aparece en el preciso momento que el rival nos va a encajar un gol, cuando corre peligro ese punto
que estamos logrando y nos mantendrá en primera, o cuando rogamos para que
nuestro arquero tape el penal que nos llevará a la final.
Y aparece con esa magia
inexplicable, atributo innegable de los dioses. Y el experto falla, el
debutante brilla y el árbitro se equivoca a nuestro favor. Y esa jugada
intrascendente se convierte en el penal esperado, y cuando nadie se imagina aparece
esa absurda tarjeta roja al mejor jugador del equipo contrario, o esos 7 minutos
de descuento en el que metimos el tan ansiado gol. Todo eso que cuando nos
beneficia agradecemos y cuando nos perjudica lo achacamos a una mafia en
nuestra contra, en realidad es trabajo del dios del fútbol.
“Así es el fútbol” es la frase que
mejor explica los milagros de este generoso personaje.
Y ahí estuvo, en la atajada de Muslera
en el mundial de Sudáfrica, en la extraña curva en el tiro libre que Roberto
Carlos le hace a Francia, y en los dos minutos que le bastaron al Manchester
United para lograr la Champions de 1999 frente a Bayern de Munich.
Tal vez la jugada en la que más se
le reconoce autoría es el gol de Maradona a los ingleses. Y claro, esa otra deidad
futbolera sabía perfectamente que se lo debía, por eso lo dejó en evidencia: “Fue
la mano de Dios” dijo. Claro, fue la mano del Dios del fútbol.
Cuántas veces, cuando creímos que
todo estaba perdido, le pedimos al Dios del fútbol que nuestro equipo consiga
lo imposible. Aquel que no le rezó alguna vez no merece llamarse hincha.
Yo le recé muchas veces y le
prometía cosas increíbles a cambio del milagro futbolero: no hacerme la “vaca”,
no tirar al caño la sopa que nos hacía mi vieja, bañarme todos los días. Cosas
todas muy complicadas. No importaba, si me concedía el milagro yo cumplía.
Debo ser sincero. En realidad
muchas veces me hizo el milagro y no cumplí. Y por supuesto que en la próxima
invocación venía el miedo por no haber honrado la palabra empeñada, pero
siempre había una justificación y la promesa redoblada. Y lo más increíble es
que muchas veces el Dios del fútbol me concedía el milagro sin importar que
antes no hubiera cumplido la promesa.
En el 2010 por ejemplo, le pedí de
todo corazón que nos ayude. Fue cuando al primer minuto de juego el gran
Estudiantes de la Plata ya nos ganaba 0/1. No recuerdo lo prometido. Tampoco si
cumplí lo ofrecido. Lo que no logro olvidar son mis manos juntas pidiendo de
todo corazón que ese debut no fuera tan desastroso, porque, y cualquier
aliancista habrá sentido lo mismo, no era una derrota lo que se venía, era una
goleada, una más. Y ese fue el pedido, no perder por goleada. Y vaya que
cumplió el Dios del fútbol.
Como todos los dioses, el Dios del
fútbol también es omnipresente. Lo puedes ver en una cancha de Brasil, un
estadio de Australia, un partido por la liga de ascenso de Chipre o en un
pampón de Ayacucho. Y como todos los dioses conoce todos los idiomas, por eso
que ha atendido pedidos en papiamento, swahili, quechua y yupik.
Alguno podrá decir, y dónde estuvo
el Dios del fútbol cuando nos goleó Huracán hace un año, o en las innumerables
ocasiones que perdió Perú en la eliminatoria. ¿Por qué no escuchó si los ruegos
y las promesas eran sinceras? Esas preguntas no tienen respuestas, porque la
lógica divina escapa al entendimiento humano. Pero no importa, como toda fe,
esta también se basa en la irracionalidad. A no hurgar en la razón, a seguir
rezando al Dios del fútbol. Tal vez en una de esas nos escucha y salimos
campeones de la Libertadores o por lo menos vamos al Mundial.
Que así sea.
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