Blanco y negro, oscuridad y luz, amor y odio. “El hombre es un mísero montón de secretos” decía André Malraux. Acudo a la frase del escritor francés para entender al hombre. Para tratar de entenderlo quiero decir. ¿Cómo es posible que en medio de la manifestación humana más absurda, perversa y estúpida como la guerra, ese mismo ser humano sea capaz de generar la expresión más tierna, sensible y trascendente del alma humana como es la poesía?
Poesía y guerra, dos aparentes irreconciliables, que el incomprensible ser humano ha logrado juntar:
Doblados como viejos mendigos bajo bolsas,
Chocando las rodillas y tosiendo como viejas,
maldecimos a través del lodo
Hasta darle la espalda a las condenadas bengalas.
El fango inhumano de la Primera Guerra Mundial no solo produjo sangre, muerte y miedo; por esas cosas absurdas produjo además tipos sensibles como Wilfred Owen. Lo curioso de Owen es que no fue un poeta que participó de la guerra, se volvió poeta en la trinchera. Cuando decide alistarse le manda una carta a su hermano donde se aprecia un rudimento de poesía:
Debo recordar siempre que ésta es mi guerra.
Actúo según mi propia vocación
pero éste no es el caso de los otros… Quizás pueda hablar por ellos,
¿podrá hacerlo mi poesía? No lo sé.
¿Tendré tiempo, o es que mi poesía -que aún no nació-, morirá conmigo?
Cuentan que dos hechos marcaron su vida y despertaron su sensibilidad poética. El primero, cuando en su trinchera lo alcanzó un mortero y terminó encima de los restos de un compañero; el segundo, cuando quedó atrapado en una trinchera alemana por varios días. Ambos acontecimientos no solo hicieron bullir su sensibilidad sino que le originó un trastorno postraumático que lo llevó al hospital Craiglockhart de Edimburgo. Maravilla. Sí, pues lo malo también te puede llevar a lo bueno. Ahí conoce al poeta Siegfried Sassoon y terminará su transformación total. Al día siguiente escribe a su madre: