Una cosa es ser borracho, otra cosa es que te guste el trago.
Una persona que gusta de beber alcohol, disfruta de un buen vino, una buena
cerveza, o, maravilla de maravillas, un exquisito coñac. Un borracho toma
cualquier cosa y lo que es peor, mezcla tragos. No sabe tomar. El que gusta del
alcohol quiere pasar un buen momento. El borracho busca perder la conciencia, borrar
casete. Vaya a saber uno que lío tiene en la cabeza. Finalmente el borracho es
un enfermo; aquel que goza bebiendo algún trago, no.
Por eso es absurda e hipócrita aquella advertencia: “Tomar en exceso es
dañino”, porque el bebedor por placer lo sabe y no se excederá. También lo sabe
el borracho, lo que pasa es que como es un enfermo no hace caso a la
advertencia. No puede. Es como decirle a un diabético que no consuma azúcares,
o a una persona con problemas de próstata que no consuma ají. Si no tiene
fuerza de voluntad, pero principalmente si no se quiere, la advertencia pasará
de largo. Porque ese tema se desarrolla en el nivel inconsciente. Lejos de la
razón. Hay diabéticos a los que les va muy bien. Es solo cuestión de
disciplina.
El centro de gravedad del alcohólico está en su cerebro. Del que goza con
el alcohol, en su paladar.