Me
encantan los personajes marginales. Tal vez sea una proyección. Por eso me gusta Chinaski, el alter ego de Bukowski. Por eso amo a Fabrizio
del Dongo y Julian Sorel, los héroes de Stendhal. Por eso me conmuevo con la incomparable
pobreza MacCourt. Y aunque es mujer, claro que me identifico con la rebeldía de
Emma Bovary.
Me
gustan los marginales principalmente porque luchan contra algo, contra alguien
y, por lo menos en la ficción, terminan imponiéndose. Me gustan porque sufren y
ganan. ¡Cómo me gustan los personajes que sufren y al final triunfan¡ Me encantan
los finales felices. Por eso disfruto mucho las películas americanas y las
novelas mexicanas, aunque hace siglos que no veo una.
Y
por estos tiempos mi marginal favorito es Jean Valjean. Y más: Los Miserables
se ha convertido en una de mis novelas favoritas, al nivel de Madame Bovary o incluso
Cenizas de Ángela.
Lo
leí hace poco por primera vez. Me lo recomendaron mil veces pero nunca hice
caso. Tengo una lógica de lectura que difícilmente se altera. Hasta que un día esa
absurda inercia literaria hizo que me encontrara con Víctor Hugo y Los
Miserables.
Me
encanta Los Miserables porque intenta explicar lo inexplicable: la condición
humana. Y Víctor Hugo, escritor idolatrado en vida como pocos, a niveles de un mega
star de estos tiempos según Vargas Llosa, crea a su personaje principal Jean
Valjean a partir de uno real llamado Eugène
Français Vidocq, que había sido nada menos que un criminal arrepentido cuya
contrición fue tal que se convirtió en creador de la Policía Nacional Francesa.