(Don José de San Martín, Hernán Casciari y yo reflexionamos sobre los hijos)Sin
embargo, crecerá, se caerá y llorará. Y yo junto a él. Es inevitable. Golpearse es parte de la
vida.
Creo
que nunca un hijo tiene tanta confianza en su padre, en sus padres, como en
estos primeros años. Confianza natural, única, irrepetible. Confianza animal.
La misma que el lobato tiene por el lobo. Luego el chico crece y viene la
conciencia, la cultura, los amigos, y todo es distinto. No digo mejor ni peor,
simplemente distinto. Es la ley de vida como dicen los antiguos.
Todos
queremos proteger al máximo a nuestros hijos. Y a veces exageramos. El ejemplo
más claro es el de Suddhodana, papá de
Buda. Cuenta la leyenda que a su hijo le construyó un hermoso lugar donde se
habían proscrito todos los males del hombre. En Kapilavastu, todo era bondad,
todo era perfección y hasta los 16 años, Buda pensó que todo el mundo era así. Pero
finalmente la curiosidad juvenil fue más fuerte que los cuidados del padre y un
día saltó el muro que aislaba la ciudad y se encontró con la vida real. Y se
topó con la dura realidad y ocurrió lo que los budistas llaman su despertar.
Esa es otra historia.