Un alumno trabaja en el medio más importante del país. Lo mandan a cubrir un asesinato. Han matado a un joven en El Callao. Llega, habla con la familia, recolecta datos y regresa a base. Se trata de un contador. Escribe la nota. Se la da a su jefe para el visto bueno. En cuestión de minutos la noticia está en la red. El título sorprende al reportero. ASESINAN A ACTOR DE COMERCIALES. “No. Era contador. Solo salió dos segundos en un comercial”, reclama el joven periodista. La nota incluye un video con la “actuación” de la víctima. Efectivamente, si uno entra al link lo ve, aunque apenas lo distingue. “Si pongo asesinaron a un contador nadie verá la nota”, se justifica el editor. “Pero no era actor de comerciales. Solo salió en uno”, insiste el joven. El editor levanta los hombros y le señala la puerta. Bienvenidos al nuevo periodismo.
Todos los días en Perú, Chile, China y Gambia, periodistas de todos los colores, de izquierda y derecha, hombres, mujeres y LGTBI, ricos y pobres, de gran o pequeño tiraje, de impresionantes o fantasmales clics, producen cantidades industriales de noticias falsas. Y como es lógico, cotidianamente, millones de personas consumen esta información como si fuera verdadera. Lo peor de todo es que este tipo de prácticas se han naturalizado, incluso hay quienes la justifican diciendo que es parte de los riesgos del oficio. No es así.