Un alumno trabaja en el medio más importante del país. Lo mandan a cubrir un asesinato. Han matado a un joven en El Callao. Llega, habla con la familia, recolecta datos y regresa a base. Se trata de un contador. Escribe la nota. Se la da a su jefe para el visto bueno. En cuestión de minutos la noticia está en la red. El título sorprende al reportero. ASESINAN A ACTOR DE COMERCIALES. “No. Era contador. Solo salió dos segundos en un comercial”, reclama el joven periodista. La nota incluye un video con la “actuación” de la víctima. Efectivamente, si uno entra al link lo ve, aunque apenas lo distingue. “Si pongo asesinaron a un contador nadie verá la nota”, se justifica el editor. “Pero no era actor de comerciales. Solo salió en uno”, insiste el joven. El editor levanta los hombros y le señala la puerta. Bienvenidos al nuevo periodismo.
Todos los días en Perú, Chile, China y Gambia, periodistas de todos los colores, de izquierda y derecha, hombres, mujeres y LGTBI, ricos y pobres, de gran o pequeño tiraje, de impresionantes o fantasmales clics, producen cantidades industriales de noticias falsas. Y como es lógico, cotidianamente, millones de personas consumen esta información como si fuera verdadera. Lo peor de todo es que este tipo de prácticas se han naturalizado, incluso hay quienes la justifican diciendo que es parte de los riesgos del oficio. No es así.
Aclaro. No estoy hablando de ese error al que pocos hemos escapado en el periodismo. No conozco a alguien que no se haya equivocado alguna vez. Yo soy el primero en levantar la mano. ¿Me equivoqué? Por supuesto, varias veces. Por torpe, por distraído, por desinformado, por apurado. Si tomamos nota, ese es el error que enseña. Esa metida de pata termina siendo instructiva. De la que hablo es de esa acción deliberada que busca engañar, tergiversar, voltear una información. Hacernos creer que pasa algo que no pasa. La foto de Bogotá que se quiere pasar como si fuera de Lima. Ese acto esconde una intención, un objetivo que se ubica más en los terrenos de Al Capone que en los de Kapuscinki. Como esas “equivocaciones” hemos visto muchas. ¿Y qué pasó? Nada. Ese mal periodismo es impune en nuestro país. ¿Por qué? Porque ese periodista inmoral, alejado de la ética, capaz de mentir, tiene un papel que cumplir en la empresa periodística. Así ha sido siempre. ¿Por qué tendría que cambiar? En cualquier redacción es importante tener a alguien que haga el trabajo sucio. Pasé varios años en diversas redacciones, sé de lo que hablo.
Para una empresa periodística es importantísimo un comunicador que escriba bien, que sea buen conductor de TV y radio, que tenga simpatía, pero además bajos escrúpulos. ¿Acaso no sabemos que la empresa periodística más importante del país contrató a un simpático y conocido entrevistador para desprestigiar a Ollanta Humala y exaltar a Keiko Fujimori en la segunda vuelta del 2006? ¿Pasó algo? No. No pasa nada. Ni a la empresa ni al periodista. Un “Nos equivocamos, no volverá a ocurrir”, es lo máximo que se puede escuchar. Son impunes. Como suele ocurrir tantas veces en nuestro pobre país, la justicia levanta su venda antes de dar su veredicto.
Y claro que la historia se repetirá en las próximas elecciones. Eso sí, lo harán más caleta.
Por supuesto que siempre habrá un grupo de profes e intelectuales que levantemos la voz alertando sobre el noble oficio de informar. Que creemos en la función social del periodismo y blablabla. Pero solo será eso: la protesta de un grupo de raros que pretende que el periodismo sea más ético. ¡Qué absurdo!
Para solucionar esta crisis, por supuesto que en el periodismo hay otras, tienen que tomar cartas en el asunto tres instancias. Pero tengo mis dudas de que quieran mover un dedo.
El primer gran responsable es la empresa periodística. Su modelo de negocio ha convertido a la noticia en un commodity, por lo tanto, su función principal ya no es informar sino vender. Por supuesto nadie en su sano juicio puede censurar este afán de lucro, lo malo es que muchas veces esa obsesión por el mainstream no encaja en la definición del oficio. La verdad termina sometida a la venta y en el camino se lleva a la credibilidad. ¿Las empresas periodísticas van a retroceder en su afán mercantilista? Parece imposible.
El segundo gran responsable de esta crisis es la academia. Llámese universidad o instituto, más aun a partir de la ley para fomentar la educación dictada por el gobierno de Fujimori, estos centros de enseñanza se han convertido en empresas cuyo principal objetivo es generar dinero. ¿Existe alguna diferencia entre el empresario que abre una fábrica de conservas y otro que abre una universidad? En muchos casos no. Solo se trata de vender. Abren y abren aulas, y la formación del alumno poco y nada importa. He trabajado en “universidades” donde me han pedido que no jale mucho pues los alumnos se irán a la competencia. “Solo jala a un diez por ciento por aula”. Sí, así de triste.
Para estos centros de enseñanza el alumno es un cliente que siempre tiene la razón. Muchos de estos lugares se preocupan más porque el “educando” pague a que aprenda. Pero además, nunca, por lo menos esa es mi experiencia, se supervisa la metodología del profesor, su técnica para impactar al alumnado o si tiene fuentes actualizadas. En varios lugares se aferran a la premisa de que un buen profesional puede ser un buen profesor. FALSO. Ser un excelente profesional no te habilita como profesor. Enseñar exige habilidades especiales, empatía, paciencia, por mencionar solo dos, y no todos las tienen. Los alumnos saben de lo que hablo. Muchas veces una persona llega a enseñar solo porque es amigo del encargado de dar los cursos. Es triste, pero así es. Por supuesto que no meto en el mismo bolso a todos los centros de enseñanza. Claro que hay universidades e institutos que intentan dignificar la carrera. Son los menos, ahí están.
En el caso de la academia cambiar significa mejorar los sueldos de los profesores (en algunos lugares pagan 20 soles la hora), capacitarlos, tomarles pruebas y comprar más equipos tecnológicos e incluir cursos de humanidades en la malla curricular. Y por supuesto ser más exigentes con sus clientes, perdón alumnos. ¿Lo harán?
En tercer lugar se encuentra el propio periodista. Cada vez egresan profesionales de menor calidad. Es cierto que los centros de enseñanza tienen su parte de culpa, pero también es una realidad que se ha perdido la mística del trabajo periodístico. Hay poco esfuerzo, poquísimas lecturas importantes y poco sentido común en muchos de los egresados. Eso que algunos definen como “cultura general”, prácticamente ha desaparecido. Lo peor es que este profesional sabe que puede conseguir trabajo sin mucho esfuerzo. Para hacer una nota informativa no se requiere un posgrado. ¡Bienvenidos los trabajadores baratos! Por supuesto que hay chicos con excelente formación, esos que terminan siendo la inspiración de los románticos del periodismo, son los menos, ahí están.
Gramschi definía la crisis como el encuentro entre lo viejo que no quería morir y lo nuevo que quiere imponerse. Y, me parece, esa es la situación que vive el oficio. El periodismo clásico, tradicional, aquel que se define como servicio social, está contando sus últimas historias. El otro, el de las mentiras y exageraciones pervivirá. Y aunque sufre por adaptarse a las nuevas tecnologías, al final saldrá más fortalecido. Pero será otro periodismo al que habrá que buscarle una nueva definición. Definición que hable de una actividad que tiene como prioridad el afán de lucro y los aspectos éticos importen poco y nada. Ese nuevo periodismo será un trabajo donde brillen los crápulas e ignorantes. Y para expiar un poco los pecados, cada tanto producirán una notita de color sobre algún gusano camino a la extinción. Y al otro periodismo, al clásico, ese que buscaba darle voz a los que no tenían voz, que tenía como sus prioridades formar e informar, habrá que llevarlo al museo o al difícil terreno del periodismo independiente, que seguirá por ese camino hasta que se tope con un auspiciador que lo haga dudar de sus convicciones.
Larga vida al nuevo periodismo.
1 comentario:
Cierto, tenemos un periodismo mercantilista, alimentados por comentaristas y locutores que parecen integrar un grupo de sicarios o mercenarios, que se venden a cualquier postor.
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