Quienes se inscriben en diciembre al gimnasio con la esperanza de bajar de
peso en enero, deben ser los mismos que creen en el humanoide de Pachacámac y en
los pishtacos de Huaycán.
Estos ingenuos peruanos, con escasa información y peligrosa candidez, deben
ser apasionados amantes de la ley del menor esfuerzo, del roba pero hace obra,
y también los que aseguran que en el 2017 se difundirá en los libros escolares
una “ideología de género” que promoverá entre los educandos la homosexualidad,
el sexo fuera del matrimonio y la masturbación.
En realidad, siempre tuvimos despistados compatriotas que en el colmo del
arrojo hasta llegaron a tener notoriedad
y pisaron los sets de TV para exponer sus absurdos postulados. Como aquel que
perseguía OVNIS y hasta fue autoridad mundial sobre el tema. O el mismo Mario
Poggi, al que los periodistas siempre encontrábamos en una banca del parque
Kennedy dispuesto a darnos esa “nota de color” que salvaría nuestro día, pues
hasta adivino llegó a ser el papá de Neurona H2O.
El mismísimo Congreso de la República no fue inmune a estos personajes.
Susy Díaz era nuestra Cicciolina y el “Gordo” González, nuestro Jesús Gil y
Gil. Éramos tan felices…
La llegada de ese tropel de cafres al palacio legislativo fue inocuo, pues
su incoherente ideología era sobradamente compensada por el contundente verbo
de políticos de todos los colores que honraban sobradamente este oficio hoy tan venido a menos.
Sin embargo, la cosa se empezó a complicar. Sí, fue en los 90 cuando el Congreso
se empezó a transformar en el sumidero que es actualmente*. De pronto, una
mañana el roba cable, el come pollo, el
roba votos, el roba oro y el cuida madre, dejaron de ser la excepción y se
convirtieron en la constante. Casi sin darnos cuenta ese peruano de pensamiento elemental, poco informado, nada
apegado a las leyes, simplón, ordinario y con un individualismo que hubiera
hecho llorar de emoción al mismísimo Adam Smith, dejó de ser un personaje
ocasional y se volvió protagonista de nuestra política. Y algo más peligroso
aún. Estas mentes básicas no se ruborizaban de ponderar en temas como la
pastilla del día siguiente, la reforma educativa, el aborto terapéutico, la
pena de muerte… ¡Viva la democracia!
Y he aquí que hoy los tenemos como mayoría en el Congreso dirigiendo los
destinos del país montados en un mototaxi que transita al borde del abismo.
¿Qué destino nos espera con estos
becerriles, galarretas, chacones y tubinos? Nada bueno, pues hoy más que
nunca ha quedado claro que el fujimorismo que los agrupa es una ideología
creada para servir intereses personales, con valores que distan mucho del
respeto al prójimo y la defensa de los derechos humanos. ¿Y PPK? Con una
liliputiense bancada es poco lo que puede hacer, pero tampoco se le distingue algún temperamento para pararse frente a un grupo con el que finalmente,
siempre tuvo tuvo afinidad.
Harto de este estado de cosas, un día escribí el siguiente tuit que mereció
todo tipo de comentarios:
“Ya no lucho por cambiar el país, ahora mi principal trabajo es evitar que mis
hijos se contaminen de Perú”.
Triste pero cierto. Así me siento.
Decía Nietzsche: “Si no se puede cambiar el mundo, por lo menos barre tu
vereda”. Y eso hago, aplicadamente. Todas las mañanas trabajo para que mi
vereda esté siempre limpia. Nada más. Por el momento, más no se puede hacer.
*Por supuesto que hay
excepciones.
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