octubre 09, 2021

LOS LIBROS Y YO

    Una alumna me pide una entrevista para promocionar su editorial y decido hablar sobre mi compulsiva relación con los libros. No es muy común lo que me pasa. Podría haber dicho que mi relación con los libros no es normal, pero cada vez se me hace más complicado emplear la palabra normal. ¿Qué es lo normal? No lo sé. Por eso, prefiero decir que es una relación poco común. 
    Tengo una relación compulsiva con los libros, decía. Esa situación tiene una explicación. Soy un lector tardío. Empecé a leer con fruición, con placer quiero decir, a partir de los 25 años. No leí de adolescente, no leí de niño. No leí Mi planta de naranja lima. Tampoco Platero y yo. Ya no creo que lo haga. No es tiempo. No leer de chico debe ser la segunda peor cosa que me pasó en la vida. No leer de niño es algo irreparable. Entonces busco, de alguna manera, compensar esa carencia de lecturas. Cuando leo, trato de recuperar el tiempo perdido. 
    ¿Cómo leo? De manera anárquica. Por lo general, tres libros al mismo tiempo. Como mínimo, una hora cada uno. A veces no se puede, pero es lo que intento. Dicen que el antropólogo James Frazer podía leer hasta 15 horas al día. ¡Una locura! Marco Aurelio Denegri aseguraba que lo mínimo que uno debía leer al día era cuatro horas. Ojalá se pudiera. 
    De esos tres libros uno es una novela, casi siempre un clásico. No leo libros contemporáneos. Salvo Alonso Cueto y Vargas Llosa, no leo autores modernos. Cuando me dicen: “¿Has leído el último libro de Bayly?”. Respondo que estoy leyendo a Víctor Hugo y, luego, siguen Balzac y Borges. Ya llegaré a Jaime, les digo. ¿Me pierdo de algo bueno? Seguro, pero me parece imposible leer a un autor moderno en lugar de a uno clásico. Actualmente estoy seducido por La Colegiala de Osamu Dazai. Y luego, ya lo tengo decidido, regresaré a Wilde: El retrato de Dorian Grey. Lo siento, Jaime. 
    Entonces, siempre leo un clásico de la literatura. Siempre una novela, de vez en cuando algunos cuentos. Me gustan más las novelas que los cuentos. Cuando digo esto algunos me recomiendan autores. “¡Es que no leíste a Cortázar! ¡Cando leas a Poe verás! ¡Lee Chéjov y me avisas!”. Tranquilo, “mascota”. Claro que los leí y me encantan. Pero prefiero la novela. A unos les gusta el lomo saltado; a otros, el ají de gallina. ¿Es tan difícil? 
    Por lo general leo tres libros. Uno de literatura. El segundo puede ser de antropología o historia. El que leo en estos momentos es De animales a dioses de Yuval Noah Harari. Cualquier término que emplee quedará corto para definir la obra de este historiador. Es fabuloso. Es un libro, se me ocurre, fundacional. En esta área la obra que más me impactó en mi vida fue La rama dorada de James Frazer. Son como nueve tomos. Solo tengo el resumen de más de 800 páginas. Muchas de las primeras historias que conté en la radio y la TV las saqué de ahí. Es una constante fuente de información y asombro. 
    Leer un libro de antropología no solo me da una perspectiva distinta, también me sitúa en la realidad. En la efímera y relativa existencia humana. Leer antropología debería ser obligatorio para un periodista.     El tercer libro que leo simultáneamente es uno que ubicaré en el rubro “curiosidades”. Historia de la estupidez humana de Paul Tabori es el emblema de este tipo de literatura. Hoy leo Historia de las cosas de Pancracio Celdrán. Una maravilla llena de datos sorprendentes. 
    Por estos tiempos se me ha colado un cuarto libro. No es raro que ocurra. Se trata de Historia de la vida privada de Ariès/Duby. Es una de esas joyas que uno no puede evitar. Abarca del imperio romano al año 1000. 
    Soy un contador de historias. En la radio, TV, en mi canal de YouTube, en mi blog, en Twitter o en el aula, cuento historias. Es un placer leer, pero también es mi chamba. Cada libro es la oportunidad de encontrarme con una historia que luego contaré. Siempre les digo a mis alumnos que en tanto más libros leamos, más se abrirá nuestro cerebro, más tolerantes y empáticos seremos. Además, sabremos mucho mejor cómo escribir. Leer es la solución más efectiva ante la mala ortografía, ese cáncer que atraviesa toda nuestra sociedad. 
    No recomiendo nada. Ya no. Si quieren lean, si quieren tírense del puente, es su problema. En lo que a mí respecta, leer me ayudó a crecer como persona. Leer me hace mejor y cuando no leo, siento que pierdo un poco de humanidad. Algo que recupero cuando me interno en un libro. Insisto, no recomiendo que lean, hagan lo que quieran, pero tengo que decir que si no lees te estás perdiendo de algo muy bueno.

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