Hace algunos años me encontré con una frase que no solo me resolvió varias dudas, sino que además me solucionó muchos problemas: “A los ídolos es mejor no tocarlos, pues algo de la pintura dorada que los recubre se nos queda siempre en las manos”. La frase es de Gustav Flaubert y la usa para describir la decepción que sufre Madame Bovary cuando descubre que la pasión que siente por León no es recíproca.
Acabo de escuchar el audio del Nene Cubillas e inmediatamente la frase vino a mí. Como diciéndome “no te olvides en lo que crees”. Como si viniera a consolarme.
Tuve la gran oportunidad de conocer a tres de mis ídolos de juventud. Dos periodistas y un futbolista. Considero que esa es una circunstancia mágica, un regalo de la vida. Algo excepcional que no le pasa a cualquiera. Fue increíble que después de escucharlos en la radio, leerlos o celebrar sus goles, empezara a hablar con ellos, a conocerlos y hasta tener una relación amical en alguno de los casos. Fue maravilloso intercambiar experiencias, aprender, por supuesto, hablar de tú a tú como dicen, con personas que formaban parte de mi mitología. Sin embargo, lo cotidiano, el día a día, lo mundano transformó a estos ídolos en personas simples y corrientes. Muy simples y muy corrientes.
Y es que lo que dice Flaubert es cierto, cuando tocas a un ídolo algo del dorado que lo cubre se queda en tus manos y descubres que su brillo es superficial. La frase me sirvió para entender que no debo esperar nada de nadie. Por lo general la decepción está relacionada con la expectativa que uno tiene. Y para mí la solución fue simple: mientras menos esperaba, menos me decepcionaba. O mejor, más esperaba más me decepcionaba. Entonces, la decepción no sería otra cosa que el embalse de expectativas. No es que la gente te falle, es que tú esperabas mucho.
Desde aquella frase de Flaubert miro de lejos a la gente que admiro. La admiración es lejana. A distancia. Esto ha derivado a otra cosa: salvo mis hijos y mi esposa, no tengo que defender a nadie. Porque soy consciente de que uno no termina de conocer a las personas. Esto es una maravilla, pues no dependo ideológica ni emocionalmente de ninguna persona. Te da una libertad emocional e ideológica fabulosa.
La justicia tendrá que determinar qué medidas tomar en el caso del audio del Nene Cubillas con el juez Hinostroza. Mi admiración hacia el futbolista es eterna y no cambiará nunca. Después del audio he visto nuevamente sus goles en los mundiales y juro que están intactos. Afortunadamente puedo diferenciar entre el futbolista y el personaje público. Me pasa igual con Maradona. Me parece un futbolista mágico, pero un ser humano equivocado. Muy equivocado. Si mañana a Cubillas le dan el Nobel de la paz o termina en la cárcel, mi relación no cambiará. Pues amo al futbolista que siempre estará ahí, en el video, cuando lo requiera. No lo defenderé, no tengo por qué hacerlo. Es su problema. Me dará pena si acaba mal, por supuesto, no me alegraré. Tampoco creo que eso ocurra. Pero al final es su lío. Es una suerte no fanatizarse hasta la inconsciencia defendiendo lo indefendible. No lo haré. No me interesa.
Gracias, Flaubert.
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