El Mundial, esa maravillosa droga llamada fútbol, nos metió en una nube y nos hizo creer que había un país distinto. Los audios de IDL nos volvieron a la realidad.
No soy de deprimirme, pero estos audios han sido un duro golpe. Es una joda ser sensible. Hablo con mi hijo por FaceTime. Se fue hace años del país porque aquí la cosa siempre es difícil. Lo primero que hago es pedirle perdón por haber nacido en el Perú. Puede sonar absurdo, pero así fue. Me salió del alma. Siento vergüenza, indignación, culpa por haberle condenado a la peruanidad. Sí, la peruanidad al nivel de una enfermedad endémica, una plaga, una peste. Él no lo siente así. Yo sí. Me siento culpable y listo. Ni el maravilloso paisaje ni la incomparable comida me consuelan. Otros se sienten orgullosos por el imponente nevado o la chanfainita, yo no. Además, nunca me creí que ser los cocineros del mundo fuera para festejar. Si se trata de escoger, hubiera preferido otro Nobel o algún descubrimiento científico. No desmerezco el gran trabajo que han realizado algunos chefs. Simplemente no me llena. Ja,ja. La comida no me llena. La gastronomía peruana no me anima a cantar “Tengo el orgullo de ser peruano…” He terminado por creer que ser optimista en el Perú es una irresponsabilidad.
A veces ser sensible es una maldita condena.
Ahora, tampoco se trata de lamentarse y no hacer nada. ¿Qué hacemos? No creo que la solución venga por nuestras instituciones. Ya les perdí la confianza hace rato. A lo lago de la historia, los políticos peruanos han demostrado repetidas veces que no les interesa el país. Ya sé que hay excepciones, esta es la minoría, habló de la mayoría. Y más. Nosotros tampoco hicimos mucho ante problemas históricos. Somos robots programados para aguantar, para estar callados, para asentir. Somos una obediente parvada, una recua silente, amaestrada para la sumisión. Una maravilla para las bandas que han dirigido el país.
¿Qué hacemos? Creo que el trabajo es a nivel personal. En la casa, en la chamba. En clase trato de inculcar entre mis alumnos la importancia de ser un buen profesional. De ser un buen periodista, de ser, principalmente, una buena persona. Afortunadamente mi decepción con el país no entra al aula. Se queda en la puerta. Pido a los chicos que todas esas malas costumbres, muchas de ellas aprendidas en la casa, no penetren al salón. Ahí, en esos minutos que dura la clase, leemos, vemos casos y tratamos de entender todo esto. Ahí trato de formar profesionales con valores. Y no es trabajo fácil pues esa formación se hace en la casa. Es muy complicado pedir que los chicos sean éticos, cuando la mayoría de la sociedad va en el camino contrario. Cómo decirles que tienen que ser empáticos y solidarios con el semejante, cuando en la calle no se respeta la luz roja, ni los cruceros peatonales. Cómo decirles que sean buenas personas si robar cola se convirtió en una virtud, en una viveza. Cómo vivir civilizadamente si se estaciona en el espacio para minusválidos sin ningún cargo de conciencia. Cómo pedir responsabilidad si “solo los tontos” le pagan a la SUNAT.
Los políticos no nos van a salvar, de esta salimos solos. Enseñando en casa que hay que respetar a la mujer, trabajando honestamente, conversando de la importancia del gesto individual, respetando reglas, saludando, sonriendo. No sé, no veo otro camino.
Y ojalá que con esas enseñanzas, que tienen que venir de lo más profundo de nuestro corazón, nuestros hijos, o tal vez nuestros nietos, hagan realidad ese país que nosotros no supimos hacer.
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