mayo 12, 2017

NO ERA YO, ERA JOYCE


        “Joyce es lo máximo, tienes que leer a Joyce, el Ulises de Joyce es la mejor novela de la historia”, y frases por el estilo, me acompañaron, en realidad me torturaron, en mis inicios como lector. De niño no leí nada. Fui lector de mayor. Recién pasados los 25 años empecé a encontrar placer en la literatura. No recuerdo muchos libros en mi casa. Es más, siempre me pregunto si alguna vez mi madre disfrutó de la lectura. Si algún título, autor o párrafo la habrá conmovido, o mejor aún, si alguna historia la habrá inspirado. Creo que no. Y siempre digo lo mismo, no hay derecho a que alguien pase por la vida sin haber disfrutado de la literatura. Pienso igual de la música, aunque en ese aspecto la vieja sí disfrutó. Y mucho.
      En mi casa no había libros y, por lógica consecuencia, yo no era lector.
No era lector y de pronto me descubrí fanatizado con la literatura. Pero como había empezado tarde, lógicamente, tenía un mar de títulos por navegar. Un amigo las llamaba carencias. “Tienes muchas carencias de lecturas. No has leído libros imprescindibles”, me decía. Esa palabra, imprescindible, me ponía mal. Minimizaba cualquiera de mis pequeños avances literarios.
De todas las llamadas “carencias”, la que más me llamaba la atención y preocupaba era el Ulises de Joyce.
Alguna vez alguien escribió que esa novela era la mejor que se había escrito en la historia. Era una de esas listas que se hacen cada tanto. Subjetividades que algunos esperan y luego siguen como acólitos. Y por esos tiempos juveniles, yo era así.
El hecho es que a poco de llegar a los 30 me encontraba aún sin haber leído el famoso Ulises de Joyce, delito de lesa cultura que no estaba dispuesto a asumir. Pero me daba miedo abordarlo. Por esos tiempos iniciáticos, los clásicos me generaban respeto. Demasiado respeto. Leer Cervantes, Víctor Hugo, Stendhal o Flaubert, por mencionar solo algunos, eran aventuras inalcanzables para un lector nada ducho en esas lides. Por lo menos eso era lo que creía. Sin embargo, poco a poco los fui abordando siempre con éxito. Pero el Ulises de Joyce era una lejana frontera a la que temía llegar.
Hasta que un día sucedió. Frente a frente la novela icónica y yo. Veremos que pasa.
Y no pasó nada. No entendí un párrafo y, obviamente, la frustración fue enorme.
Una década después lo intenté de nuevo. Mi amigo, un verdadero pica nuca, me insistía en que no podía seguir mi aventura literaria sin leer el Ulises. Por supuesto que nunca le comenté mi frustrado encuentro de diez años atrás. Lo intenté de nuevo y aquella vez sí hubo un cambio: no lo entendí y, en una meditada decisión, resolví nunca más intentar leerlo. Solo llegué a Dublineses, que debo decir, ahora sin rubor, no disfruté tanto como Madame Bovary o Eugenia Grandet.
Siempre me sentí mal por no entender el Ulises de Joyce. Entenderlo, eh, porque leer sí lo hice. Ahora, ya bastante tiempo después de haberme iniciado en las lecturas de los clásicos, descubro que lo del Ulises es una farsa.
“El Ulysses es la aventura más audaz de toda la literatura moderna; pero no estoy seguro de que esa empresa haya resultado victoriosa”. ¿Quién lo dice? Pues un señor que alguito sabe de literatura: Jorge Luis Borges. Y no es el único.*
Ulysses es una derrota, una gloriosa derrota”. La autora de esta frase es nada menos que Virginia Woolf.
Vayamos por partes. Nadie, ni Borges, ni Woolf, ni yo, me encanta estar dentro de esa dupla, decimos que Joyce escriba mal. Simplemente el Ulises es inalcanzable.
Para empezar, a decir de Borges, el protagonista del Ulises es el idioma inglés. O sea, que para leerlo hay que hacerlo en su idioma original. ¿Lo habrá hecho mi “amigo” el pica nuca? Hummm.
Leerlo en español es nada. Maldito tiempo que me pasé intentando entenderlo. Sigo con Borges:  “Si uno empieza por el Ulysses, uno se ve inevitablemente derrotado por el texto, o, tal vez esta sería la mejor palabra, uno se siente excluido del texto”.
Es tan complicada esta novela que el crítico literario y traductor inglés Stuart Gilbert publicó un manual para leer el Ulises. Este es tal vez el argumento más contundente para demostrar lo difícil que es entender esta obra. Dice Borges:

“A cada capítulo, por ejemplo, corresponde, según el mapa, una función del cuerpo humano. En un capítulo predomina la circulación de la sangre, en otro la respiración, en otro la regeneración de los tejidos. Cada capítulo tiene también un color predominante; en uno puede estar el rojo, en otro el amarillo, en otro el azul o lo que fuere. También en cada capítulo hay una técnica distinta; no recuerdo bien en cuál, creo que es en el penúltimo, predomina el catecismo. En otro capítulo se discute sobre una figura retórica, etc.”.
Termino con una frase contundente del escritor argentino:
“Ese estudio (el de Stuart Gilbert), analítico de cuatrocientas o quinientas páginas, que debe oficiar de ganzúa para facilitar la lectura de otro libro, demuestra un fracaso y un argumento en contra de la obra”.
Gracias Borges. Por ti puedo comprender que el problema no era yo. El problema era Joyce.
Y mi amigo.

 * Conversaciones con Borges, Roberto Alifano. Editorial Debate, 1974



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