“Joyce es lo máximo,
tienes que leer a Joyce, el Ulises de
Joyce es la mejor novela de la historia”, y frases por el estilo, me
acompañaron, en realidad me torturaron, en mis inicios como lector. De niño no
leí nada. Fui lector de mayor. Recién pasados los 25 años empecé a encontrar placer
en la literatura. No recuerdo muchos libros en mi casa. Es más, siempre me
pregunto si alguna vez mi madre disfrutó de la lectura. Si algún título, autor
o párrafo la habrá conmovido, o mejor aún, si alguna historia la habrá
inspirado. Creo que no. Y siempre digo lo mismo, no hay derecho a que alguien
pase por la vida sin haber disfrutado de la literatura. Pienso igual de la
música, aunque en ese aspecto la vieja sí disfrutó. Y mucho.
En mi casa no había libros y, por lógica consecuencia, yo
no era lector.
No era lector y de pronto
me descubrí fanatizado con la literatura. Pero como había empezado tarde,
lógicamente, tenía un mar de títulos por navegar. Un amigo las llamaba
carencias. “Tienes muchas carencias de lecturas. No has leído libros
imprescindibles”, me decía. Esa palabra, imprescindible, me ponía mal.
Minimizaba cualquiera de mis pequeños avances literarios.
De todas las llamadas
“carencias”, la que más me llamaba la atención y preocupaba era el Ulises de Joyce.
Alguna vez alguien
escribió que esa novela era la mejor que se había escrito en la historia. Era
una de esas listas que se hacen cada tanto. Subjetividades que algunos esperan
y luego siguen como acólitos. Y por esos tiempos juveniles, yo era así.
El hecho es que a poco de
llegar a los 30 me encontraba aún sin haber leído el famoso Ulises de Joyce, delito de lesa cultura
que no estaba dispuesto a asumir. Pero me daba miedo abordarlo. Por esos
tiempos iniciáticos, los clásicos me generaban respeto. Demasiado respeto. Leer
Cervantes, Víctor Hugo, Stendhal o Flaubert, por mencionar solo algunos, eran
aventuras inalcanzables para un lector nada ducho en esas lides. Por lo menos
eso era lo que creía. Sin embargo, poco a poco los fui abordando siempre con
éxito. Pero el Ulises de Joyce era
una lejana frontera a la que temía llegar.
Hasta que un día sucedió.
Frente a frente la novela icónica y yo. Veremos que pasa.
Y no pasó nada. No
entendí un párrafo y, obviamente, la frustración fue enorme.
Una década después lo
intenté de nuevo. Mi amigo, un verdadero pica nuca, me insistía en que no podía
seguir mi aventura literaria sin leer el Ulises.
Por supuesto que nunca le comenté mi frustrado encuentro de diez años atrás. Lo
intenté de nuevo y aquella vez sí hubo un cambio: no lo entendí y, en una
meditada decisión, resolví nunca más intentar leerlo. Solo llegué a Dublineses, que debo decir, ahora sin
rubor, no disfruté tanto como Madame
Bovary o Eugenia Grandet.
Siempre me sentí mal por
no entender el Ulises de Joyce.
Entenderlo, eh, porque leer sí lo hice. Ahora, ya bastante tiempo después de
haberme iniciado en las lecturas de los clásicos, descubro que lo del Ulises es una farsa.
“El Ulysses es la aventura más audaz de toda la literatura moderna;
pero no estoy seguro de que esa empresa haya resultado victoriosa”. ¿Quién lo
dice? Pues un señor que alguito sabe de literatura: Jorge Luis Borges. Y no es
el único.*
“Ulysses es una derrota, una gloriosa derrota”. La autora de esta
frase es nada menos que Virginia Woolf.
Vayamos por partes.
Nadie, ni Borges, ni Woolf, ni yo, me encanta estar dentro de esa dupla,
decimos que Joyce escriba mal. Simplemente el Ulises es inalcanzable.
Para empezar, a decir de
Borges, el protagonista del Ulises es
el idioma inglés. O sea, que para leerlo hay que hacerlo en su idioma original.
¿Lo habrá hecho mi “amigo” el pica nuca? Hummm.
Leerlo en español es
nada. Maldito tiempo que me pasé intentando entenderlo. Sigo con Borges: “Si uno empieza por el Ulysses, uno se ve inevitablemente derrotado por el texto, o, tal
vez esta sería la mejor palabra, uno se siente excluido del texto”.
Es tan complicada esta
novela que el crítico literario y traductor inglés Stuart Gilbert publicó un
manual para leer el Ulises. Este es
tal vez el argumento más contundente para demostrar lo difícil que es entender
esta obra. Dice Borges:
“A cada capítulo, por
ejemplo, corresponde, según el mapa, una función del cuerpo humano. En un
capítulo predomina la circulación de la sangre, en otro la respiración, en otro
la regeneración de los tejidos. Cada capítulo tiene también un color
predominante; en uno puede estar el rojo, en otro el amarillo, en otro el azul
o lo que fuere. También en cada capítulo hay una técnica distinta; no recuerdo
bien en cuál, creo que es en el penúltimo, predomina el catecismo. En otro
capítulo se discute sobre una figura retórica, etc.”.
Termino con una frase
contundente del escritor argentino:
“Ese estudio (el de
Stuart Gilbert), analítico de cuatrocientas o quinientas páginas, que debe
oficiar de ganzúa para facilitar la lectura de otro libro, demuestra un fracaso
y un argumento en contra de la obra”.
Gracias Borges. Por ti
puedo comprender que el problema no era yo. El problema era Joyce.
Y mi amigo.
* Conversaciones con Borges, Roberto Alifano. Editorial
Debate, 1974
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