“Un periodista debe ser honesto, ético. Hay que recordar que más allá de lo que nos han dicho, en realidad nuestro trabajo es un servicio público” Se lo digo a mis alumnos todos los días en los tres lugares que enseño, pero la realidad me golpea la crisma. Periódicos, canales y radios me escupen a la cara y me dejan mal parado. Leo, escucho y veo a algunos periodistas y siento que mis palabras no tienen nada que ver con la realidad. Que la honestidad, la ética y las buenas maneras, son palabras que no conjugan con la prensa moderna.
Hace 13 años que enseño periodismo y, aunque al comienzo mis clases incidían en el dominio de los instrumentos y las técnicas, en la última década descubrí que la base de todo es la ética. Sin ética no hay nada. Los científicos tienen ética, los médicos tienen ética, los abogados, economistas y gasfiteros tienen ética. Hasta los delincuentes tienen ética. Siempre les cuento a mis alumnos una escena de la película “Carlitos Way”, en donde Al Pacino está bailando con su novia, la despampanante Penélope Ann Miller. Bailan pero Carlito Brigante no es buen bailarín y ella se queda con las ganas de una buena rumba. Terminan la pieza, se sientan y otro mafioso saca a bailar a la novia de Carlito. Lo hacen bien, tan bien, que a cualquiera le darían celos. Y los celos en un mafioso pueden ser mortales. Un amigo se acerca y le dice a Carlito si no le dan celos, si no se preocupa. ¡No! Él sabe lo que puede y no puede hacer. Entre nosotros hay códigos.
Hasta los delincuentes tienen códigos. ¿Los periodistas los tenemos?
Insisto con la ética entre mis alumnos. Cito a Kapuscinski, García Márquez, Javier Darío Restrepo, Anuar Saad y un largo etcétera, y siento que hablar de ética y moral me pone en el mismo lugar del Padre Pablo o mi abuelita Justina. No exagero, me llego a sentir extraño y ridículo cuando digo que hay que portarse bien.
En el Perú de hoy los periodistas difaman, mienten, se prostituyen y la vida sigue igual. No pasa nada. Uno protesta, se indigna y lo hace público, y los colegas silban, miran para abajo y se quedan callados. Me pregunto si las universidades, las facultades formadoras del nuevo profesional, el colegio de periodistas, los hombres de prensa de renombre, los intelectuales de prestigio y los otros, los conocidos y desconocidos, no tienen algo que decir.
Claro que hay un grupo que se pronuncia y se indigna tanto o más que yo. Pero es la minoría. La mayoría, los que mueven el país con sus ideas y puntos de vista, no dicen nada. ¿Por qué?
¿Será que no quieren meterse en problemas? ¿Será que es mejor no conmoverse ante los hechos y llevar la fiesta en paz? ¿Acaso “las cosas son así y nosotros no las vamos a cambiar”, como me dijo alguien por el twitter. ¿Es estúpido pedir hacer un periodismo decente?
¿La indiferencia será nuestra forma de relacionarnos con el mundo? ¿Somos cobardes? ¿Realmente somos gallinas como algunos nos conocen en el exterior?
Veo a mi hijo twittear y como él varios, y me da ternura por no decir pena. Es como si fueran a una batalla que de todas formas van a perder. Pero igual van al frente.
No se trata de apoyar a Humala o a Keiko. O de repudiarlos. Es algo más trascendente que eso. Se trata del país. Es como si en el Perú no nos importara nada. Se trata simplemente de compromiso y tolerancia. De decirle Sí al respeto. Sí a la dignidad. No a la vergüenza. Porque en estos momentos a mí me da mucha vergüenza ser identificado como un peruano promedio al que no le interesan los DDHH, la gente pobre o los abusos. Yo no soy de ese tipo de peruanos. Y como yo varios. Espero que muchos.
Nadie dice nada. No hay un grupo de periodistas que organizadamente se pronuncie y saque la cara por el gremio. Que simplemente diga que se puede ejercer el periodismo dignamente. No hay nada.
Ojalá todo este proceso dé como resultado un nuevo periodismo. Un periodismo más comprometido con valores como la tolerancia, el respeto, los derechos humanos, la vida.
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