mayo 04, 2011

LA MÚSICA DE MI VIEJA


Tal vez el único vicio que me queda es la melomanía. Lo mejor es que no te deja sentimiento de culpa por más que te apliques una enorme dosis.
La radio debe ser el artefacto con el que más me identifico. Hasta ahora mi esposa se sorprende por la facilidad con la que cada tanto me compro un aparato. Hace algún tiempo vi uno muy antiguo en el mercado de Magdalena. Era de esos de hermosas perillas y tubos que había que calentar. En cualquier momento voy y lo compro. Hace tres meses, también en ese mercado, compré una hermosa radio de cuatro bandas que me acompaña cuando juego Play. Hace un mes o algo así, me compré un MP3 con el que salgo a correr. ¡Qué invento el MP3!
¿Y de dónde vendrá todo esto?
Nunca lo pensé así, pero mi vieja fue la primera melómana de la familia. De nuestra pequeña familia de dos.
Nunca hablamos de eso pues mi madre, en realidad la vida, la convirtió en una persona consagrada al trabajo y poco a poco fue proscribiendo su derecho al placer. Es como si el gozo fuera una mala compañía. Eso viene de la iglesia. Con los años la música fue un placer que no se permitió. Mi vieja, hay que decirlo, se volvió con los años una persona amarga. Pero antes no era así. De niño la recuerdo cantando por la casa canciones de la Nueva Ola, temas de Billy Cafaro o Pepe Miranda. Y por supuesto también boleros. Le encantaban los boleros. Parece que la estoy viendo, con su falda verde cantando a todo pulmón un bolero de Los Panchos que me pedía que cantáramos a dúo:

“Une tu voz a mi voz
para gritar que triunfamos
que el mundo ya se cansó
aquí seguimos los dos
sin renunciar ni ocultarnos 
porque ocultar nuestro amor
era tapar con un dedo
la luz inmensa del sol
negar la gracia de Dios
decir que lo blanco es negro”.

Con los años esa canción se convirtió en un himno para ella, para nosotros, pues siempre me decía para cantarla. Luego de mucho tiempo, cuando mi tía me confesó algo, comprendí por qué a mi vieja le gustaba tanto esa canción. Si me animo lo cuento en otro momento.
Mi vieja era dramática, por eso escuchaba rancheras y veía novelas mexicanas. Aunque Los Panchos tenían un lugar especial en nuestra discoteca, en realidad su favorito era Javier Solís.
Mi vieja no era de leer, los únicos libros que había en casa eran de adorno. Lo que sí había era discos y principalmente LPs. La colección más grande era de Javier Solís. Recuerdo especialmente uno. En la carátula, al cantante se le veía con una casaca negra de cuero y fumando. Estaba vestido como aviador. Al final de ese long play había una historia donde contaban su triste final. Murió cuando se estrelló la avioneta en la que viajaba o algo así. “Murió en lo mejor de su carrera”, me decía mi vieja cada vez que podía.
Payaso, Si dios me quita la vida, El loco, He sabido que te amaba, En mi viejo San Juan, Entrega total, Esclavo y amo, La media vuelta, Escándalo, Sin fe.
De todas sus canciones, la que más le gustaba a mi vieja era Nuestro juramento. Es una canción de dos amantes que al mejor estilo mexicano se juran amor incluso más allá de la muerte. Mi vieja me hizo prometerle que si ella moría antes que yo, cumpliría lo que dice la canción:

“Si yo muero primero, es tu promesa,
sobre mi cadáver dejar caer, todo el llanto que brote de tu tristeza,
y que todos se enteren de tu querer. 
Si tú mueres primero, yo te prometo,
escribiré la historia de nuestro amor,
con toda el alma llena de sentimiento;
la escribiré con sangre,
con tinta sangre del corazón”.

Mi vieja era como esa canción, dramática, exagerada. Mi vieja era como una especie de Marga López. Sufrida, sufriente, dolida, doliente.
Tendría como diez LPs de  Solís. En otro, de fondo rojo, se le veía vestido de ranchero con enorme sombrero negro. Estaba muy sonriente. En otro salía vestido de payaso, y en otros más con sombrerazo y sonrisa. En muchas carátulas salía sonriendo. Ver a Javier Solís incluso hoy, es como ver a un tío o a alguien muy querido. No es absurdo lo que digo, pues su cara nos acompañó siempre y en algo tan lindo como el placer musical.
Otro que tal vez le hacía la competencia a Solís era Tito Rodríguez. De él mi vieja solo tenía un LP gastado de tanto tocarlo. En la portada se le veía serio, no amargo pero sí serio, sosteniendo un huiro, atrás, un piano, una guitarra o algo así. Estaba rodeado de instrumentos. Era como un estudio de grabación. Me llamaba la atención su seriedad. Muy bien peinado. Hoy que veo en internet la misma foto de aquel LP pienso que siempre me quise parecer a Tito Rodríguez. No me equivoco si digo que mi vieja me peinaba igual a él.
Tu pañuelo (que en este momento escucho), Inolvidable, Congoja, Llanto de Luna. De todas, Tu pañuelo me parece espectacular.

El pañuelo que dejaste aquella noche
Yo lo guardo en mi memoria, tu recuerdo
Cuando solo yo me encuentro,
lo contemplo
Y presiento de cerca tu figura. 
En su seda está la huella de tu llanto
Y el rosado de tus labios aún perdura
Y me embriago en su perfume aún latente
Que me hace revivir aquel ambiente”.

 Y no estás y todo fue una aventura y de ti hoy solo queda tu pañuelo.... Un verdadero choque y fuga o touch and go como dicen los gringos. La música y la voz de Rodríguez son indescriptibles. Hay que escucharlo. No hay otra. Solo agregaré que está considerado como uno de los mejores músicos latinos de la historia.
No puedo dejar de mencionar a Armando Manzanero. Mi viejo, a quien estoy terminando de conocer, es chiquito como Manzanero y por increíble que parezca, el LP del cantante mexicano donde aparece junto a un piano, era como una especie de foto de mi viejo. Me sorprendí mucho cuando se conoció que Manzanero tenía un hijo peruano.
¿Qué títulos recuerdo? Somos novios, Esta tarde vi llover, Adoro, El ciego, Cuando estoy contigo y su obra máxima: Contigo aprendí:

“Contigo aprendí
Que existen nuevas y mejores emociones
contigo aprendí
a conocer un mundo lleno de ilusiones 
aprendí que la semana tiene más de siete días
a hacer mayores mis contadas alegrías
y a ser dichoso yo contigo lo aprendí. 


Contigo aprendí que yo nací el día en que te conocí... Siempre que me enamoré, me imaginé en el karaoke cantándole a mi novia esta canción. Me emociona escucharla. Hoy casi 40 años después de esos cantos con mi vieja, me emociono. Esa es una de las maravillas de la música.
Y con mi vieja cantábamos juntos, bailábamos, juntábamos nuestras caras y nos sentíamos, nos amábamos. El olor de mi vieja, qué triste, ya casi ni lo recuerdo.
La vida llevó a mi vieja a lugares en donde la emoción por la música no existía. Y se mutiló ese placer. Se cercenó esa parte de su naturaleza y de esa ablación no hubo vuelta atrás. O por lo menos nunca más compartió conmigo ese placer. Finalmente con los años nos convertimos casi en extraños.  Tal vez, en medio de sus devenires sindicales, quizá escondida en algún lugar del Hospital del Niño o sola en la casa, como finalmente vivió sus últimos años, tarareaba alguno de aquellos temas que hacíamos a dúo, diciendo sin decirlo, que en eso nos convierte la vida: en solitarios interpretes de una antigua melodía.

1 comentario:

Sandalio dijo...

Me gustó! Mucho feelin', profe!

A mí también me gustan los boleros, herencia de mi vieja! A ver cuando escuchamos unos discos con unos tragos...

Bless!

Elelo

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