Muchas cosas, muchas ideas se me
vienen a la cabeza.
¿Se dieron cuenta de que el grupo que más participa en las
protestas es el de los artistas? Es cierto que la gran masa de manifestantes
viene del interior, pero me refiero a los grupos, a los oficios. Ni abogados ni
políticos ni deportistas ni cocineros. Los que más se manifiestan son los
artistas y, principalmente, los actores. Los cocineros, tan mainstream, ni
aparecen. Hasta de fútbol hablaban; hoy, como grupo, no existen. Empatía cero.
Pensar que los que protestan son los que les proveen de insumos. En resumidas
cuentas, sus socios. Cuánta insensibilidad. Por lo menos en la burbuja que
habito no hay señales de ellos. Los artistas sí están presentes. No todos, es su
derecho, pero sí bastantes. Muchos participan activamente, van a las marchas.
Otra cosa que sorprende es la cantidad de rockeros de extrema derecha. Pedro
Suárez Vértiz y Christian Meyer son sus emblemas. Qué “grupito” Arena Hash…
¿Es
obligatorio decir algo? Yo creo que sí. La situación es tan complicada que hay
que tomar posición. El informe de IDL-Reporteros Radiografía de homicidios es
contundente. ¡Están matando inocentes! Amnistía Internacional ha presentado un
informe en el que acusa a las autoridades de un marcado sesgo racista en la
represión por las protestas y, por este mismo motivo, The Economist degradó a
nuestro país de democracia imperfecta a régimen híbrido.
Hoy más que nunca el
silencio es cómplice y la indiferencia, una agresión. Me sorprende que amigos,
conocidos y queridos colegas periodistas que criticaban justificadamente las
torpezas de Castillo, hoy digan poco y nada sobre los excesos de este gobierno.
El nivel de indiferencia es alarmante. Cómo se entiende que se hayan indignado
con Castillo y hoy sean tolerantes con Boluarte. Que alguien lo explique, por
favor.
Sobre lo que pasa distingo dos grupos. Por un lado, encabezados por la
presidenta Boluarte, por una apreciable cantidad de congresistas y gran parte de
la prensa hegemónica, están los que aseguran que los manifestantes están
azuzados por el terrorismo, el narcotráfico, los mineros ilegales, los Ponchos
Rojos, Evo Morales, etc. Por el otro, estamos quienes creemos que las protestas
son justas y que hay demandas por resolver. Solo en Puno, por mencionar un caso,
7 de cada 10 niños tiene anemia (INEI, 2021) y 49 % de hogares no cuenta con
servicios básicos (MIDIS, 2021). Un mínimo de conocimiento de la realidad andina
bastaría para entender que en muchos lugares tienen derecho de quejarse. Es más,
lo que debería sorprendernos es que no lo hayan hecho antes. Sobre la naturaleza
de las protestas, la misma canciller Ana María Gervasi, en entrevista con New
York Times, aseguró que no tenían evidencia alguna de la existencia de
criminales detrás de los manifestantes. Llegado a este punto no tendría que
haber ninguna duda sobre el motivo de las marchas.
Sin embargo, la represión
continúa y las autoridades siguen vinculando a los manifestantes con los
terroristas.
Por supuesto que en las marchas hubo infiltrados y se cometieron
excesos. Eso debe investigarse y penarse. Nadie en su sano juicio puede apoyar
la violencia como estrategia, pero decir que todos son terroristas no solo es
irresponsable sino sospechoso. ¡Han matado menores! En Ayacucho, Christofer
tenía 15 años y un disparo lo ha matado cuando salía de limpiar lápidas. Al país
han llegado misiones de voluntarios en Derechos Humanos que están investigando
el accionar de las fuerzas del orden. La represión es inhumana. ¿La muerte de la
gente del Ande no importa? ¿Hay un componente racial en todo esto?
Varios
congresistas han realizado declaraciones despectivas y discriminatorias, pero ha
sido el legislador Juan Carlos Lizarzaburu quien ha llegado más lejos. Que
compare a la wiphala con un mantel de chifa ha sido terrible, pero no lo peor.
Lo más preocupante fue desconocer la existencia de pueblos originarios. Entre
eso y bombardear Juliaca, como sugirió un “periodista”, hay solo matices.
“Originario del Perú es la papa, la oca. Originarios somos nosotros que hemos
nacido aquí, pagamos impuestos y tenemos la bandera del Perú. Hablar de
originarios es una tontería que no tiene nada productivo para nuestro país”,
dijo el congresista.
Aunque luego pidió disculpas, lo cierto es que lo pensaba y
lo dijo. Lo sintió. Le salió de las entrañas. Las disculpas son por la presión
social. Según creo, Lizarzaburu encarna el sentir de un importante sector de la
población. Somos racistas, lo sabemos, pero lo de Lizarzaburu es subir varios
niveles. Todos tenemos un racista, o varios, en nuestro entorno, incluso en
nuestra familia; pero su racismo era soterrado, larvado, disimulado, había
cierto tino en mostrarse racista. Hoy siento que se ha perdido el temor para
exteriorizar un sentimiento discriminador. No hay vergüenza para decir las
barbaridades que se dicen. Incluso hay grupos manifiestamente racistas con
nombre y todo. Eso no lo vi antes.
Tener autoridades racistas no es nuevo. Aquel
triste capítulo de nuestra historia que Basadre bautizó como la República
Aristocrática es un claro ejemplo. ¿Acaso los peruanos de estos tiempos
enarbolamos ideas de inicios del siglo XX?
La historia es más o menos así.
1900.
La clase política dominante se hace eco de una moda mundial: la eugenesia. La
eugenesia era una pseudociencia racista que buscaba incentivar la supervivencia
de los mejor dotados e impedir la multiplicación de los considerados subnormales
(Orbegoso, 2012). Hitler es el más notorio representante de este concepto.
La
eugenesia le dio a nuestra clase política un argumento “científico” para lo que
siempre creyeron: que nuestras desgracias se debían a los indígenas. Por ellos
habíamos perdido la guerra con Chile. Ellos eran los culpables de nuestro
atraso. Simplificando, la eugenesia decía que los gringos eran superiores y los
indígenas, inferiores. Entonces, pensaron nuestros políticos, incentivemos la
reproducción de unos y evitemos la de los otros. Por aquel entonces a nadie se
le ocurrió esterilizar a la gente del Ande, eso pasaría 90 años después.
Volvamos a inicios del 1900. El más insigne eugenésico fue el filósofo Alejandro
Deústua, que muy suelto de huesos decía:
“Las desgracias del país se deben a la
raza indígena, que ha llegado en su descomposición síquica y que, por causa de
la rigidez biológica de sus integrantes, que han terminado definitivamente su
ciclo evolutivo, han sido incapaces de transmitir a los mestizos las virtudes
que exhibieron en su fase de progreso. El indio no es, ni puede ser sino una
máquina…” (Deústua, citado por Fuenzalida).
Deústua y Lizarzaburu son lo mismo.
Empezaba el siglo XX y la coartada era perfecta. Hoy como ayer la clase política
justificaba su incapacidad para gobernar el país y culpaba a los indios de
nuestros males. La eugenesia era la solución a nuestros problemas. Ramón
Castilla y Javier Prado (sí, el de la gran avenida) eran grandes eugenésicos.
Decía el de la calle de la gran congestión:
“Es preciso modificar esta [la
raza], renovar nuestra sangre y nuestra herencia por el cruzamiento con otras
razas que proporcionen los elementos y substancias benéficas… En América
gobernar es poblar; y la población debe buscarse en la inmigración espontánea,
atraída por la acción de las leyes, del gobierno y de los particulares, de razas
superiores, fuertes, vigorosas, que, al cruzarse con la nuestra, traigan ideas
prácticas de libertad, de trabajo y de industria” (tomado de Orbegoso).
Racismo,
intolerancia, discriminación, abuso. Parece que algunas cosas en el Perú no
cambiarán nunca.
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