De niño, el único libro que miraba con atención y curiosidad era una enciclopedia. No dije que leí, pues solo lo miraba. De chico no leí. La lectura fue un vicio que adquiriría de mayor. Por aquellos años, el único libro que llamó mi atención fue esa enciclopedia que un día mi madre trajo a casa. La compró como adorno. En realidad era un diccionario enciclopédico. Un libro lindo, gordo y brillante. Era azul. La vieja lo puso en un estante que a partir de ese día dejó de estar vacío.
Después de varios días, o tal vez meses, me animé a ver qué había. De qué se trataba. Miré la última parte. Letra S. Sirena: “Animal fabuloso que vive en el mar, con cabeza y torso de mujer y extremidades inferiores de pez”. Nunca olvidaré esa definición. Acompañaba al texto una foto y una leyenda: “Sirena captada por un turista en una isla del Pacífico”. Me pareció increíble y por muchos años me pregunté si esa foto era cierta. Tendría unos 10 años. El impacto fue enorme.
Tal vez por ese primer impacto infantil es que guardo especial atención por las enciclopedias. Aunque a decir verdad siempre fue un amor en silencio, casi vergonzante. En un mundo de lectores que prefieren la novela o la poesía, que te gusten las enciclopedias termina revelándote como un lector superficial, frívolo, que prefiere las definiciones sencillas a las investigaciones profundas. La enciclopedia termina siendo como un género superficial entre los libros.
Eso creía hasta que leí a Borges.
Al escritor argentino también le gustaban las enciclopedias. En la entrevista que le hace su amigo y ayudante Roberto Alifano, que se convirtió en el sabroso libro Conversaciones con Borges, cuenta que ese es su género literario favorito. Increíble. Yo hubiera jurado que era la novela o la poesía. Aunque, pensándolo bien, la enciclopedia fue para la generación de Borges, y también para la mía, algo así como una especie de internet donde encontrabas todo. Era nuestra Wikipedia.
Ni novela ni poesía, lo que más le gustaba a Borges eran las enciclopedias.
“Cuando aún era un chico solía acompañar a mi padre a la Biblioteca Nacional y era tan tímido que no me atrevía a pedir libros. Me acercaba entonces a los anaqueles, buscaba una edición vieja de la Enciclopedia Británica, sacaba un volumen cualquiera y lo leía. Recuerdo especialmente una noche venturosa para mí, un don del azar (salvo que no hay azar), en que me tocó un tomo con la «D», y leí un excelente artículo sobre los drusos. Luego me enteré de algo que no he visto confirmado en otras enciclopedias: los drusos creían en la transmigración de las almas. Me enteré, también, que había una vasta comunidad de drusos en la China. Y después encontré algo que parece sacado de un cuento de Kafka: esa pequeña comunidad de drusos del Asia Menor, que se sentía respaldada y fortalecida por una enorme cantidad de amigos, quiere encontrar una especie de paraíso perdido. Ayudados por esos aliados dan vuelta “alrededor de un sitio imaginario (ese sitio parece ser el castillo de Kafka) al que no se atreven a entrar”.
Sobre las mejores enciclopedias dice:
“Entre las que recuerdo están las enciclopedias alemanas, la de Brockhaus, la de Mayer y la Católica de Hessler. Luego, en Inglaterra, tenemos la Británica, la Chemars y una que yo querría tener: Jewees Enciclopedia (la Enciclopedia Judía), que es una obra esencial, ya que no se limita solo al tema judío, aunque trata todas las cosas desde ese punto de vista. Esa enciclopedia era la preferida de Rafael Cansinos-Asséns y creo que nadie la llegó a conocer ni a gustar como él.
Bacon es el que establece un riguroso método para agrupar los temas. En la Edad Media se escribieron muchas obras con los títulos de Cyclopaedia, Summa o Speculum, pero es Bacon el primero que agrupa los temas.”
Hoy no diría que la enciclopedia es mi género favorito, la novela me ha capturado y no hay posibilidad de que esa relación se altere. Pero claro que sigo consumiendo enciclopedias con la misma curiosidad infantil que gracias a dios no he perdido. Benditas las enciclopedias que nos permiten mirar varios temas en poco tiempo y que además nos pueden sorprender como esa historia de la sirena que leí de niño y que, a pesar del tiempo, no he pedido sacar de mi memoria.
Y, por supuesto, bendito Borges y sus maravillosos gustos.
1 comentario:
En casa, mis primeras lecturas fueron las "Fábulas de Samaniego". Pero lo que más me gustaba era "consultar" la enciclopedia "Quillet" o la enciclopedia ilustrada "La Cumbre". Aunque ya están desactualizadas, hasta ahora las conservo por su valor sentimental.
En el colegio, el primer libro "obligatorio" fue "Juan Salvador Gaviota" de Bach. Era un librito corto con muchas imágenes y letras muy grandes. Como anécdota, recuerdo la emoción que sentí cuando terminé de leerlo en poco menos de una hora. La emoción me duró poco porque me enteré que mis demás compañeritos de clase lo habían leído en menos veinte minutos.
Un fuerte abrazo.
Publicar un comentario