Se fue Neka Vílchez y claro que da pena. No solo se trata de un jugador de familia aliancista, además se siente que dio al equipo más de lo que su cuerpo podía. No recuerdo su último partido de 90'. Queda esa sensación de que en lo mejor de su carrera, Copa América Centenario, se encontró con una lesión que nunca lo abandonaría. No volvió a ser el de antes. Es una pena, pero es real. Ojalá me equivoque. Y se va renegando del club. No del equipo. Son dos cosas distintas. Que nadie lo llamó para decirle adiós o algo así. Y es duro que te boten de la chamba. Finalmente eso fue lo que pasó. Pero así es este mundo donde vales hasta donde le sirves a la empresa. Por ahí alguna columnista se queja por lo mismo. Así es la vida. Ya lo dijo Darwin, ni el más inteligente, ni el más fuerte. El que triunfa es el que se adapta mejor. Estos tiempos exigen ser pragmáticos porque cuando es al revés, jugadores que se van por un mejor contrato, el club también tiene que aceptar las reglas del juego. Por supuesto que la despedida tendría que ser más cordial, la delicadeza escasea, pero es ingenuo esperar otra cosa. Definitivamente hay que adaptarse.
El fútbol está plagado de ingratitudes. El jugador es ídolo hasta que le da el cuerpo y cuando decae su juego el club le dice chau. Pasó en todos los lugares y seguirá pasando. Aquí la frase "solo pasa en el Perú” no sirve mucho. En realidad pasó en todo sitio, tiempo y lugar. Y a todo nivel.
Uno habla de Real Madrid y Di Stéfano y parece nombrar la historia de uno de esos amores eternos. Constantes. Incomparables. Irrepetibles. No es así.
1964. Final de la Copa de Europa entre Real Madrid e Inter de Milán. Pierde el equipo español y acto seguido despiden al gran Di Stéfano. Sí, lo botan. Se viene el cambio generacional, le dicen. Si botaron a Di Stéfano del Madrid de ahí para abajo puede pasar cualquier cosa. Di Stéfano se va a jugar al Espanyol. Muchos hinchas están de acuerdo con su partida. Ya nadie recuerda las históricas cinco copas. Sí, Di Stéfano fue uno de los responsables de la histórica campaña. No sirve de nada. Chau. No te queremos. No hay nadie más ingrato que el hincha. Hoy te aplaude, mañana te silba. Sin embargo, otros fanáticos rechazan la decisión. Uno de ellos, el joven Javier Marías. Así describe el escritor español su reacción ante la partida de su ídolo. “Fue tal mi indignación y la de mis compañeros merengues que decidimos hacernos hinchas del club barcelonés. O más bien de Di Stéfano y no tanto del Madrid”. Increíble. Es como si hubieran botado a Cubillas de Alianza y los fanáticos de esos tiempos dejábamos de ser blanquiazules y empezábamos a seguir al equipo en el que jugaba el Nene. Inimaginable. Así también son los hinchas.
Claro que se siente algo de pena. Ver a Neka o a Posito, que tan feliz nos hizo con sus goles en Arequipa, con otra camiseta, será raro. Pero pasa, todo pasa. Pasaron Marquinho, Martel, Cueto y Sotil. ¡Pasó CUBILLAS! Y la vida continuó. Aunque un poco más de sensibilidad para despedir a los jugadores no vendría mal. Y a los jugadores, adaptarse a los tiempos. Ustedes también se van por dinero del club de sus amores. En sus casos tampoco es que el amor sea eterno.
Así están las cosas.
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