Sí, masturbarse es un pecado.
Hace trece años tuve que realizar el obligatorio trámite de la Confirmación para casarme. En realidad pensaba hacerlo solo por civil y superar el matrimonio por iglesia, pero un día me encontré con el padre Pablo Larrán y al contarle la decisión, me dijo que definitivamente debía hacerlo también por la iglesia. En realidad el consejo sonaba más a una simpática imposición. El diálogo, en la zona de carnes del Wong del óvalo Gutiérrez, se produjo más o menos así:
- Pues que los caso por la iglesia.
- No, mucho trámite.
- Pues cásense en mi iglesia, yo los ayudo.
- No, además es mucha plata.
- No te preocupes, yo te regalo la iglesia y las flores.
A Pablo lo había entrevistado un par de veces y habíamos hecho buenas migas. Aunque prefiero estar lejos de la iglesia, me gustaba conversar con Pablo, era uno de esos curas que a los cinco minutos te hace olvidar que su "militancia". Recuerdo que hablamos mucho del Real Madrid, una de sus mayores pasiones. Digamos que había una fuerte corriente de simpatía.
La oferta era atractiva, cómo no, principalmente para mi futura esposa que estaba a mi costado y cuyo cristianismo estaba aun a flor de piel, y emocionada escuchaba la propuesta.
Y así fue. Nos casamos en la iglesia del colegio San Agustín en una ceremonia más bien íntima. Pero antes, ya lo dije, tenía que pasar por el complicado trámite de la Confirmación.
Después de averiguar mucho terminé haciendo el curso en el Seminario de Santo Toribio. Ahí, en medio de imberbes más preocupados por su acné que por el sermón del cura, escuché uno de los consejos más increíbles.
“Ya saben chicos, la masturbación es pecado”.
El consejo, además de ridículo y antiguo, en mi caso había llegado como con 30 años de retraso.
En realidad lo que hizo este pobre cura aquel verano del 2008, fue mantener viva la absurda costumbre de la iglesia católica de controlar nuestro cuerpo. Desde siempre los curas nos atormentaron el alma hablándonos de culpas y pecados tratando de impedir uno de los placeres humanos más grandes: el goce del cuerpo.
La lucha de la iglesia católica por evitar el “placer carnal” es uno de los capítulos más sabrosos de la historia de la estupidez humana. En la Edad Media la locura fue tal, que hizo a los curas llegar a producir manuales donde se categorizaban los llamados "pecados de la carne". Por ejemplo, en el siglo XI el obispo de Worms, una de las ciudades más antiguas de Alemania, redactó un documento titulado “El Decreto”, donde se leen estas advertencias:
- Si el marido se ha acoplado por detrás, como los perros, hará penitencia diez días con pan y agua.
- Copular con su esposa durante la regla, antes del parto o bien el día del Señor, por ejemplo, conducirá a penas semejantes.
- Beber el esperma del marido, para que te quiera más gracias a tus prácticas diabólicas, es susceptible de acarrear siete años de penitencia.
- Felación, sodomía, masturbación, adulterio, también se sancionan, así como fornicación con los monjes y monjas.
Este maravilloso dato lo extraigo del excelente trabajo de Jacques Le Goff y Nicolas Truong, Historia del cuerpo en la Edad Media (Paidós), una verdadera Biblia de las locuras a las que ha llegado la iglesia para alejarnos del placer sexual. Y por supuesto que la enajenación no termina ahí. Por absurdo que parezca se sancionaba a las mujeres que se masturbaban con pescados. Sí, con pescados. Dice así: “Se sanciona a la mujer que se introduce un pez vivo en su sexo y lo mantiene en él hasta que esté muerto y, después de cocerlo o asarlo, lo dan a comer a su marido para que arda aún más por ella[s]”.
Maravilloso, absurdo, humano.
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