¿Para qué leemos? En realidad hace tiempo me
vengo haciendo la pregunta. Las respuestas por supuesto que varían. Para
entretenernos, para no aburrirnos. Para aprender. Para ser menos ignorantes.
Para tratar de descifrar en algo al incomprensible ser humano.
Vargas
Llosa ayuda a encontrar una respuesta. “Leemos porque la vida que tenemos no nos basta para todo lo que
quisiéramos tener. Esa distancia que hay entre la realidad y el mundo de sueño
que desearíamos tener, la vivimos a través de la ficción”. La literatura,
dice nuestro premio Nobel, nos hace más sensibles. Probablemente, concluye en
una maravillosa entrevista que le hace Iñaqui
Gabilondo, sin la literatura no hubiéramos salido de las cavernas.
La literatura ha sido fundamental en mi vida. Y,
como dice Vargas Llosa, cada vez que
leo siento que avanzo un poco. Obviamente, cuando dejo de leer por algunos
días, algo que trato de evitar, siento que regreso a la oscuridad, a la
ignorancia. Dejo de leer y me siento bruto. Porque la lectura me permite salir
un poco de ese pozo de ignorancia en el que por lo general nos encontramos.
Cuando entiendo algo, me siento feliz. Un día leyendo la monumental Cosmos de Carl Sagan, encontré
una frase con la que me identifico: “Comprender es una alegría”. Maravilloso.
Hago todo este preámbulo para contar, o mejor
dicho transcribir, tal cual, uno de los textos más extraordinarios que me ha
tocado leer. En realidad, lo que me asombró es una frase en especial. Es tan
fuerte que, y lo digo con total sinceridad, cambió las estructuras más
profundadas de mi pensamiento. Ahogado por el descubrimiento, se lo comenté a
mis alumnos en un programita de radio que hago con ellos en clase. Cuando la
leí, literalmente, me quedé sin aire. El texto es parte del testamento de Abderramán III. Este personaje
fue un califa que gobernó Córdoba 50 de los 70 años que vivió. Y claro que
cometió excesos. Cuando el poder es absoluto, es inevitable hacerlo. A pesar de
eso, los entendidos lo ubican como el mejor rey de la historia, algo que se
comprueba en su testamento que paso a reproducir. Una verdadera obra de arte.
“He reinado más de 50 años, en victoria o paz. Amado por mis
súbditos, temido por mis enemigos y respetado por mis aliados. Riquezas y
honores, poder y placeres, aguardaron mi llamada para acudir de inmediato. No
existe terrena bendición que me haya sido esquiva”.
Y aquí viene la frase que me impresionó:
“En esta situación he anotado diligentemente los días de pura y
auténtica felicidad que he disfrutado: suman
catorce”.
Sí, leyó bien, 14. Este sabio dice que solo fue feliz 14 días de
sus 70 años.
Desde entonces me pregunto si es
posible cuantificar algo tan subjetivo e indefinible como la felicidad. Ya sé
que nadie puede afirmar algo de manera tan contundente, sin embargo, me someto a
la sabiduría de Abderramán y pregunto:
¿y si es verdad?
Más allá del guarismo sobre la
felicidad, lo cierto es que la reflexión inmediata que se me vino a la cabeza
es que nos la pasamos perdiendo el tiempo en cosas sin importancia. No sé, a mí
por lo menos, me dejó pensando. Desde entonces no puedo sacar de mi cabeza la
duda. ¿Y si es cierto? Y si solo son 14 los días de felicidad, ¿cuántos me
quedan? Y lo más importante, ¿cuántos y cuáles fueron mis días de felicidad?
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