noviembre 22, 2016

SOBRE COCHINADAS

He leído libros raros, muy raros. Rarísimos. Desde que empecé en los medios, de eso hace ya tres décadas, mi trabajo siempre fue el mismo: contar historias. Sea en radio, TV o prensa, a lo que me he dedicado es a sorprender con historias originales, impensables, fantásticas. Y en ese trance, me he topado con todo tipo de literatura: los 12 tomos del Almanaque de lo insólito de Irving Wallace y David Wallechinsky, los dos pequeños tomos de la Enciclopedia de datos inútiles de Homero Alsina Thevenet, La historia de las cosas de Pancracio Celdrán, el Ananga Ranga de Kalyáná-Malla, los dos tomos de La historia de la vida privada en la antigüedad de Philippe Ariés y Georges Duby, Piel de ángel, historias de la ropa interior femenina, de Lola Gavarrón; los 7 tomos de Historias de la historia de Carlos Fisas, una verdadera joya para los interesados; Caníbales y reyes de Marvin Harris, El deseo de las colinas eternas de Thomas Cahill, Mujeres de los dictadores de Juan Gasparini, la fabulosa Historia de la estupidez humana de Paul Tabori, y por supuesto La rama dorada, monumental trabajo de antropología de James Fraizer.
Mientras más raro el tema, más posibilidades de contar una historia original. Y en esas me encontré con El enano del rey de Eduardo Chamorro, alucinante estudio que cuenta, entre otras cosas, que hubo una edad de oro de la enanería. Sí, así como lo lee. En el siglo XVII, el enano estuvo tan bien catalogado que toda familia que se preciara tenía uno. Sin embargo, la demanda de gente pequeña superó por mucho a la oferta, lo que originó uno de los absurdos más terribles de la historia. Algunos inescrupulosos empezaron a fabricar enanos. ¿Y cómo se hace eso? Pues comprando o robando recién nacidos a los pobres y metiéndolos en cajas para que no crezcan. El resultado fue horroroso. Niños deformes que terminaban abandonados. Espantoso.
Y siguen los libros. El amor en la antigüedad de Javier Francisco Gea Izquierdo; Casadas, monjas, rameras y brujas, de Manuel Fernández Álvarez; La dialéctica del sexo, de Shulamith Firestone; ¿Por qué es divertido el sexo?, de Jared Diamond; Cachondeos, escarceos y otros meneos, de Camilo José Cela, donde habla entre otras cosas de: Palpamientos irreversibles, el coleccionista de polvos casuales y Epístola amorosa de una señorita tortillera. Antología de Gazapos de Eduardo Ruiz de Velasco, Los Simpson y la filosofía, con capítulos como Homero y Aristóteles, ¿Filósofos reyes? ¡Oh!, así habló Bart. Nietzsche y la virtud de la maldad. Por mencionar solo algunos.
Todos estos libros, aunque de nombre y contenido festivo, por decirlo de alguna manera, son rotundos estudios que permiten entender en algo a ese mísero montón de secretos, como llamaba Malraux al ser humano. Por supuesto que la literatura de ficción también nos permite entender en algo al hombre, pero de esos libros no trata esta nota.
Hasta que te topas con uno con un título que llama inmediatamente tu atención: El libro de las cochinadas. Para alguien cuya compulsión por las rarezas literarias podría caber perfectamente en una patología, un libro con ese nombre es tremendamente seductor. Y no me equivoqué.
Yo que pensé que con Histoire de la merde, de Dominique Laporte, editorial Pretextos, 1998, había llegado a un límite, de pronto veo que no era así.
El libro de las cochinadas es una maravillosa y sana locura escrita por Julieta Fierro, directora general de Divulgación de la ciencia de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y Juan Tonda, físico y subdirector de medios escritos de la misma universidad, y trata sobre “los mocos, la caca, los escupitajos, el sudor, la orina, los pedos, los granos, el vómito y los eructos”. O sea, una delicia. O una asquerosidad, como quiera (creo que para el caso es lo mismo).
Y como un libro siempre enseña, paso a detallar lo que aprendí en esta ocasión. 
Lección 1: La caca.
Uno puede pensar en esa soberbia ingenuidad que cuando hablamos de caca hay poco que decir. Tal vez alguna referencia olorosa y nada más. Sin embargo, no es así. Por ejemplo no todas las cacas son iguales: “Así, por ejemplo, la caca de los conejos y las liebres son pequeñas bolitas esféricas; la de los venados y los alces es aplanada; la de las cabras es cilíndrica como la nuestra; la de los coipú (animales parecidos a las nutrias) tiene ranuras longitudinales; la de la cebra tiene ranuras transversales; las ardillas y los puercoespines hacen cacas encadenadas o segmentadas; las zorras hacen pequeños mojones en espiral; los borregos los hacen segmentados; la caca de las ranas es más ancha al final; la de la comadreja es cilíndrica y se ensancha en los extremos; la de los peces es como una línea delgada; la del tiburón, espiral; la de las vacas, los caballos y los elefantes, una gran bola esférica”.
Y esto por hablar de la forma, porque si nos introducimos al color la cosa también tiene sus particularidades. 
“La caca de la hiena es verde; la del puercoespín, roja; la de las martas y palomas, morada; la de los pingüinos y leones marinos, rojo anaranjado; la de los pulpos, negruzca o morada; la de los perros y gatos rojo oscuro, por la mioglobina; la de los pájaros, verde, por las plantas, y blanca por el ácido úrico”.
Libros, libros, libros. Seductores, buenos compañeros, amigos hasta cuando hablan de temas escatológicos. Los increíbles libros. 



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