Termina el campeonato local y más que destacar la actuación del club
campeón, la eficacia del delantero más contundente o la concentración del
defensa impasable, quiero resaltar el fervor del hincha de fútbol.
El hincha es el último
romántico.
En un mundo donde el
consumismo y la superficialidad son la nueva religión, donde la conveniencia es
una filosofía y el interés un nuevo dios, el hincha elige soñar. Y mantiene
orgulloso una pasión que termina imponiéndose a la realidad más dura.
Y por supuesto que no es
fácil pues gracias a esa especial forma de amar, muchos lo llaman chiflado, perturbado,
maniático, enajenado o loco. No le importa, pues ese desequilibrio le
permite transitar sin problemas el difícil terreno futbolero, borrando esos límites
que separan sueño de realidad, pasión de lógica, conocimiento de intuición.
Cuando la realidad de su
equipo no está a la altura de sus sentimientos y el presupuesto para comprar
jugadores o la tabla de posiciones le golpea la cara, el hincha escarba en lo
más profundo de su irracionalidad para encontrar esos argumentos que justifican
su desequilibrio. Y se dice: ¿cómo no ganar a ese rival imposible, a ese equipo
de estrellas, si Corea derrotó a Italia en el mundial de Inglaterra? ¿Cómo no
pensar que lo imposible puede ser realidad si Senegal, el debutante y humilde
equipo africano, en su primer partido en la historia de los mundiales le pintó
la cara de mil colores al campeón vigente Francia? Y los locos, hinchas quiero
decir, asiáticos, africanos y en realidad de todo el mundo, desvarían con gusto
y bailan y festejan como nunca. ¡Qué viva la locura futbolera!
El hincha de fútbol es un
loco especial que la sociedad tolera pero no interna en un manicomio. Nadie duda
de su desequilibrio, pero jamás autoridad alguna pidió internarlo en algún hospital
psiquiátrico. No. Simplemente lo confinan a un estadio de fútbol que para él
no es otra cosa que el paraíso, el Parnaso, el Olimpo. Su enfermedad es su cura.
Las dimensiones de la vida de un
fanático de fútbol son muy distintas a las convencionales. Mientras la gente
"normal" mide su existencia en dinero, hijos, propiedades y diplomas,
para el hincha sus objetivos máximos pasan porque el 9 de su equipo siga en
racha, su arquero mantenga la valla invicta y por sumar más puntos en el
acumulado. Mientras otros llenan su vida con diplomados y maestrías, el hincha
mide su existencia en partidos ganados y trofeos conseguidos.
Muchos, y especialmente muchas, entenderán
un hinchaje por Barza o Real Madrid. Y hasta por River o Boca. Pero qué absurdo,
se dirán los mismos, ser hincha de un equipo peruano que por lo general termina eliminado en la primera ronda de cualquier copa internacional. Pero no
se equivoque que esa locura por cualquier equipo, por modesto que sea, está
totalmente justificada. ¿No me cree? Pues veamos.
Cómo no creer que tu equipito
puede pasar a la historia si existió el Maracanazo. Cómo no pensar que tu modesto
cuadro pueda dar el batacazo, si hace poquito y contra todos los pronósticos el
Celta de Vigo le ganó 4-1 al Barcelona de Messi y no solo lo goleó sino que lo
sacó de la punta y le quitó el invicto.
¿Si lo hizo el Celta, porqué no
puede hacerlo mi equipo?
Como no creer que tu pobre
escuadra logre lo imposible, si alguna vez Colombia goleó a Argentina en
su propia cancha. Y con baile incluido.
Por eso la locura es lógica, por
eso el hincha piensa en lo imposible como algo cercano.
El campeonato ha finalizado y más que destacar la actuación del club
campeón, la eficacia del delantero más contundente o la concentración del
defensa impasable, quise rendir homenaje al fervor del hincha, el último
romántico del fútbol.
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