"Es como un gran árbol en donde trinan muchas aves. El árbol es Internet y cada trino o tweet es un mensaje de 140 caracteres". Con esta frase mi hijo trataba de describirme lo que era Twitter. Era el 2007 y, como tantas veces, el Cholo me explicaba de mil maneras lo importante de esa nueva herramienta. Yo, una vez más, me mostraba escéptico. Así fue siempre. Este era solo un nuevo capítulo de nuestros "encontrones" tecnológicos.
Cuando teníamos el Atari, llegó el Nintendo y no quería cambiar. "Ni loco. El Atari es perfecto". Luego de mucha insistencia compramos uno y descubrí que Nintendo era lo mejor de la vida. "El Nintendo fue hecho para mí". Todo era felicidad hasta que mi hijo descubrió el Súper Nintendo y con ello terminó la calma. Aquí las diferencias fueron más grandes. "Papá, es mejor, vas a ver que te va a gustar, ¿no te acuerdas que igual dijiste con el Atari?”. "No, esto es diferente". Claro, me encariñé con Mario Bros. y con otros juegos. Cómo iba a separarme del dragoncito de Mario Kart, que no era otro que Yoshi, aquel que lo acompañaba cuando se internaba en los castillos en busca de su princesa. Recuerdo Mario Bros., Mario Kart, el fútbol, Top Gear y Street Fighter. Es raro, pero en la mayoría de consolas encuentro un juego, me envicio y listo. No salgo más. Así soy pues.
Como era de esperarse pasó un tiempo y cedí. No recuerdo cómo ni por qué. Y así el Súper Nintendo se convirtió en el nuevo integrante de nuestra pequeña familia.
Esta consola fue la que estuvo más tiempo con nosotros. Era parte de la casa. En realidad estaba en el lugar más importante. En mi cuarto, empotrado a nuestro Sony de 30 pulgadas, obtenido gracias a un canje.
Ahora que han pasado los años me parece que la consola que más me impactó fue el Nintendo. Creo que nunca me divertí tanto con un juego. Hasta que llegó el Play Station 1.
Tampoco me hacía gracia, me cuesta cambiar, ya lo dije. Además, debo confesarlo, cada consola era una inversión fuerte y no es que abundara la plata.
Cuando vi el fútbol del Play 1 no lo podía creer. Era alucinante. Tal vez ese sea el mayor impacto que me ha producido la tecnología en mi vida. Ni la TV a color ni el iPad me impactaron tanto. Lo del Play fue único.
No creía que nada lo pudiera superar. La de partidos que me jugué con mi hijo. Apostábamos todo. Quién lava los platos, quién saca la basura. Vivíamos los dos solos y las apuestas de lavar eran mundiales.
—El que pierde lava los platos del desayuno.
—Listo.
Ocurría que el que perdía proponía doble o nada.
—Ya, el que pierde lava desayuno y almuerzo.
—Listo.
Y así pasamos la vida. Como decimos nosotros, los años maravillosos. Debo reconocer que algunas apuestas, que incluían traslados a la casa de algún amigo o simplemente moverse de casa, en muchas ocasiones no las cumplí. Te las debo, Cholo.
Y llegó el Play 2. Esto dolió más pues fue producto de nuestras apuestas. Como siempre, mi hijo me insistía para comprarlo.
—No tienes idea, el fútbol es increíble.
Claro, sabía que ese era mi punto débil.
La verdad que no quería más. El Winning Eleven del Play 1 era lo máximo. No concebía algo mejor.
—El fútbol es más real. Es alucinante...
Cambiar me da miedo. Siempre fue así. En ese aspecto soy conservador. Me cuesta cambiar. Hasta que finalmente vino lo que tenía que venir. La apuesta por el Play 2.
Y el Cholo me ganó. La verdad es que siempre jugó mejor que yo. Estoy hablando de Pro Evolution Soccer o FIFA. Claro que a veces le ganaba, pero era muy difícil. Era una verdadera proeza. De cinco partidos, él ganaba 4 y yo 1. Y cuando eso ocurría era una fiesta. Saltaba como el niño que era, como el niño que soy.
—El Twitter es una huevada.
Debo reconocer que aquí mi hijo no insistió, simplemente me hizo saber que era alucinante. Ya estaba viviendo en Florida pero sus aportes a mi cultura tecnológica no cesaron un ápice. Al comienzo no entendí la diferencia con el correo. "Si quiero mandar un mensaje lo hago por correo, no veo la necesidad del Twitter", le decía desde mi necedad. No saber algo y no ser humilde para reconocerlo, te lleva a negarlo. Y vaya que me ha costado meterme eso en la cabeza.
Lo tuve como un año y no lo usé mucho. Algún mensajito cuya utilidad no entendía. Cuando viajé a Córdoba empecé a entenderlo algo. Demoré hasta los primeros meses de este año para incorporarlo. Incluso cambié mi teléfono de diez años por un smartphone.
¿Qué fue lo primero que hice? Lo que me decía mi hijo. Me suscribí a la mayoría de sus contactos.
"Te puedes meter a los contactos de otros". Y así lo hice. Recuerdo haberme metido a los de Daniel Peredo, aún sigo a algunos, a otros ya no. Por ejemplo seguía a Juan Pablo Varsky, pero como daba muchos resultados de deportes que no me interesan ya no lo sigo. Sin embargo, debo decir que es bueno. Igual me pasó con Walter Safarián, el periodista de FOX. Incluso seguí a Walter Queijeiro, un tipo que me divierte mucho, pero en Twitter no le encuentro la onda.
Poco a poco le encontré la dinámica a una herramienta que hoy me parece indispensable. Descubrí que lo mejor que te puede pasar es que te retwitteen. Pero tienes que hacer méritos. Aquí no hay forma de que te sigan o vean si no eres interesante. El Twitter te descarta sin roches.
Entre los que sigo están: Juan Villoro, Chespirito, Claudia Cisneros, Armando Canchanya, el periodista mexicano Daniel Bisogno, el maestro Juan Gargurevich, José Carlos Fernández, Jorge Esteves, el publicista Gustavo Rodríguez, Patricia del Río, Eddie Fleischman, Daniel Titinger, Mónica Cépeda, El Joven Nostálgico, entre otros. Es una combinación de mis pasiones: fútbol, periodismo y literatura.
Gracias a mi hijo tengo una aplicación que me permite twittear y que inmediatamente salga en Facebook. Algo que me ha permitido interactuar con la gente que me sigue por esa red social.
El Twitter también me ha permitido encontrarme con viejos amigos como Jorge Esteves. Recuerdo aquel almuerzo hace mucho, que se prolongó hasta la noche. Qué tiempos. Tengo buenos recuerdos de Jorge. Esta herramienta te ofrece esa posibilidad, de encontrarte con gente que no ves hace tiempo. Otro que twittea duro es E. Fleischman. Hace poco puso una foto de un campeonato en el que participamos en los 90. Alucinante.
Y así entré al Twitter, una tecnología que, como en tantas ocasiones, empecé rechazando por necedad y terminé adoptando fanáticamente.
Ideas, sueños, fantasías, rabias, conspiraciones, ternuras, fanatismos y preocupaciones de un peruano formado al ritmo de las canciones de Hola Yola, el Vaso de Leche del Tío Johnny y la Reforma Educativa del General Velasco. Que se iba a la camita con el Topo Gigio y juntaba sus álbumes de Editorial Navarrete. Algo más.... Twist y nada más
octubre 12, 2011
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