Llegamos a las 9 y 30 de la noche. Como nos ofreció Adrián, Miguel nos espera. Lo encontramos rápido. Tiene un cártel con nuestros nombres. Me siento raro. Miguel es un taxista simpático, hablador. El típico “tachero” bonaerense. Es de Boca y por supuesto hablamos de River. “No es pena, es algo distinto. Triste y alegre. Es como si alguien querido se hubiera muerto”. 30 minutos y tres peajes después llegamos. Como siempre Buenos Aires me deslumbra. Vuelven los recuerdos. Un flashback recurrente es aquella vez que estuve con mi hijo.
Él tendría 12 años. Yo 27. Puta que jóvenes. Ambos asombrados. Ambos niños. Fuimos a un lugar de máquinas de juegos. 9 de Julio y Corrientes. Escogemos un juego: los Simpson. Recuerdo que no sabíamos cómo manejar la máquina. Unos chicos se acercan y nos ayudan. En realidad querían jugar. Los mirábamos asombrados. Era como estar dentro de aquella telenovela que tanto nos gustaba “El Rafa”. Y luego la foto, el recuerdo imborrable. Los dos chicos trepados en la máquina gritando: “La máquina está reloca”. Durante años con el Cholo repetimos la frase. Hoy camino con mi esposa por las frías calles de Buenos Aires y no puedo dejar de evocar aquel viaje con mi hijo. Cómo quisiera que esté aquí.
Para mañana no hay planes. Simplemente saldremos a caminar a ver qué pasa. ¿Dónde iremos? No lo sé. Tampoco importa. Total en mi vida nunca tuve libretos y mal no me ha ido.
Ideas, sueños, fantasías, rabias, conspiraciones, ternuras, fanatismos y preocupaciones de un peruano formado al ritmo de las canciones de Hola Yola, el Vaso de Leche del Tío Johnny y la Reforma Educativa del General Velasco. Que se iba a la camita con el Topo Gigio y juntaba sus álbumes de Editorial Navarrete. Algo más.... Twist y nada más
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