En realidad en este top no hay un orden cronológico ni de jerarquías, simplemente los recuerdos vienen y los traslado a la hoja.
Roberto es uno de mis mejores amigos. En realidad no sé si el tiempo verbal es el exacto. Las ocupaciones y prioridades nos han alejado y aunque el sentimiento es el mismo, no comunicarse influye en cualquier relación. Alguna vez escribiré sobre la amistad, la jerarquía de amigos, los diversos tipos, la responsabilidad y todo ese rollo. Será para otra ocasión.
Una de las buenas costumbres que tenía Roberto era celebrar su cumpleaños. Cuando digo celebrar no me refiero solamente a juntar amigos, comer y tomar. No. Roberto, con la ayuda de su esposa Rossana, hacía verdaderas producciones. Fueron varias y todas lindas. La mejor que viví fue cuando celebró su cumpleaños alquilando un velero en La Punta.
Primero lo primero. Fuimos nueve los invitados por Roberto. Unos eran amigos, otros solo amigos de los amigos o parejas de momento. Todos la pasamos bien. Además de Roberto y Rossana estábamos Miguel y pareja, Pedro, Víctor, Guillermo, Renato y pareja, mi esposa y yo.
Un día, creo que era viernes, a las ocho de la noche, repartidos en tres carros nos dirigimos a La Punta. Recuerdo estar siguiendo el Tercel guinda de Roberto. Nunca había ido al Callao de noche.
Llegamos. Un muelle de noche es un espectáculo incomparable. Es como si existieran almas guardianas del lugar. Extraños habitantes a los que hay que pedir permiso por la interrupción. Por alguna circunstancia inexplicable, llegamos al lugar y al hablar lo hacíamos en voz baja. Como si tuviéramos miedo de perturbar algún sueño. Recuerdo estar bajando por unas escaleritas oscuras. El olor a mar se sentía por todo el cuerpo. Una maravilla.
Teníamos un canje con Juve y Camps y con Guillermo decidimos regalarle a Roberto unas botellas de cava. Las llevamos en un cooler y, junto a unos bocaditos que llevó la pareja cumpleañera, los consumimos en “alta mar”. Fue exquisito. No recuerdo si hubo música, pero cuando evoco esa jornada, siempre me suena de fondo el Cannon en do mayor de Pachebel. La vida no es la que uno vivió, sino la que uno recuerda y cómo la recuerda para contarla. Grande Gabo.
La pasamos bien, fue una noche de varias anécdotas de las cuales rescato dos. Lo primero, nuestro jefe de nave: el Negro Berenjena. Todo un personaje. Increíble, alucinante, simpático. Parte de lo bueno de esa noche se lo debemos a él. Cuando el champagne, perdón, la cava, ya se había apoderado de nosotros, el Negro era íntimo. Y nosotros íntimos de él. Recuerdo que Renato compuso en ese momento una décima que juntaba lo bueno de la noche, las amistades y por supuesto a Berenjena. El Negro, emocionado, puso la composición en un lugar especial de la nave. Años después, en Canal 7, una antigua alumna me sorprendió diciendo que Berenjena me mandaba saludos y me confirmó que la décima seguía en un lugar especial de cubierta.
Otro hecho imposible de dejar de lado es el mareo de Pedro. Durante años, en reuniones comunes, cuando se habla del viaje a La Punta, siempre se tiene que hablar del mareo. Pedro, hay que decirlo, es un ser particular al que se tiene que conocer mucho para entender y querer. No podría describirlo, creo que nadie puede, por lo tanto paso a contar lo ocurrido sin mayores rodeos.
Desde que nos avisaron de la especial celebración, Pedro advirtió que se mareaba en este tipo de viajes. Se preparó y compró pastillas para no tener problemas. Lo terrible es que, sin saberlo, también se preparó para marearse porque toda la semana advertía sobre su problema.
“Tengo que tomar pastillas para no marearme. No quiero pasar un roche”.
Llega el día y nos vamos a La Punta.
“Ya tomé las pastillas, así que no creo que me maree. No quiero hacer un papelón”.
“La vamos a pasar bien, no me voy a marear”.
“Ojalá las pastillas eviten que me maree”.
Y así, dale que dale. Subimos al velero y Pedro seguía dándose ánimos. Lo terrible es que en cada “guapeada” invocaba el mareo.
Cinco minutos del viaje y nada. Todo bien.
“Felizmente. No quiero hacer un papelón. Qué vergüenza”.
La verdad, todo fue bien. Hasta que empezó a ir mal.
Cuando nos encontrábamos a minutos, o tal vez segundos de bajar, las pastillas dejaron de dar efecto y Pedro, esto dicho por alguien, se convirtió literalmente en una fuente humana. No sigo con más detalles.
Fue tan buena la noche que a nadie incomodó, e incluso lo recordamos con una sonrisa.
No sé quien se llevó a Pedro de regreso, pero comentaron que los efectos duraron más allá de la Javier Prado.
Siguiente top: primer día en la U de Lima.
Ideas, sueños, fantasías, rabias, conspiraciones, ternuras, fanatismos y preocupaciones de un peruano formado al ritmo de las canciones de Hola Yola, el Vaso de Leche del Tío Johnny y la Reforma Educativa del General Velasco. Que se iba a la camita con el Topo Gigio y juntaba sus álbumes de Editorial Navarrete. Algo más.... Twist y nada más
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1 comentario:
Carlos muy buena la anecdota
felicitaciones escribes muy bien
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