El vuelo hace escala en Santiago. Hace mucho tiempo mi amigo Guillermo me dijo que los momentos más complicados de un viaje son el despegue y el aterrizaje. Maldita sea mi memoria. La frase no deja de torturarme. Ambas circunstancias me dan miedo. Trato de controlarme. No hay problemas. El aterrizaje en Santiago fue sencillo. Es madrugada y bajamos al aeropuerto. Es la segunda vez que estoy en un lugar de paso. Antes fue en Arequipa. En ambos lugares estuve unos minutos. Recuerdo que en
El vuelo de Santiago a Buenos Aires fue terrible. No tengo tantas horas en aviones para hacer una comparación acertada. En realidad he volado poco. Creo que el dato que confirma lo que digo es que la mayor parte del trayecto nos pidieron no sacarnos el cinturón. No es que me diera miedo, pero después de quince años sin hacer viajes largos, el cruce de la Cordillera me hizo preguntar a mi esposa si los salvavidas estaban abajo o enfrente del asiento.
Entre turbulencia y turbulencia un espectáculo de lujo: el amanecer. Pareciera que el Sol saliera solo para nosotros, un espectáculo natural y estamos en primera fila. El cuadro más hermoso que hayamos visto. Apretamos nuestras manos y nos miramos emocionados.
Empezamos el ansiado descenso a Buenos Aires, durante largo tiempo estuvimos dentro de las nubes, se veía gris por todos lados. Sentíamos que bajábamos, pero no hacíamos contacto con
El Renault nos lleva al Hostal de
La lluvia ahuyenta a
Llegamos al hostal, buena bienvenida y bien el cuarto. Julia, la administradora, era como en los mails, amable y solícita. Qué importante llegar y que te reciba una cara amable. En el lugar había abundante agua caliente y fría, sin embargo, el baño tenía que esperar, no podíamos controlar nuestras ganas. Era la una de la tarde y no solo queríamos comer nuestro primer almuerzo argentino, además queríamos salir a caminar. Le pedí un paraguas a Julia y cosa increíble, me dijo que no tenía. No importó, salimos sin paraguas.
Recordamos todo esto como si fuera de noche, era un poco más de la una y la ciudad estaba oscura.
Problema 1. Solo tengo 20 dólares y no sé dónde cambiarlos. Julia me soluciona el inconveniente. Me da cien pesos. Le debo algo. Después arreglamos.
Caminamos poco pero suficiente para mojarnos. Era una fiesta, una rara fiesta donde la diversión era mojarse. La gente nos mira, ¿qué pensará? No importa, nadie nos conoce. A una cuadra del hostal, en la calle del increíble nombre Pi y Margall, nos compramos nuestro primer, y seguro único, paraguas. Era amarillo. "Déjeme probárselo". Y la doña lo abría y cerraba. "Listo, sirve, son trece pesos". Algo así como trece lucas, el sol y el peso están casi igual.
Ahora a caminar. Teníamos que ir al centro. Mis borrosos recuerdos me pedían ir por Florida, Corrientes, Plaza de Mayo. Julia nos dijo que tomáramos la 29, bus que se convirtió, y así fue hasta el final, en nuestra movilidad referente.
Problema 2. Subimos al colectivo, así le dicen, y le damos un billete de 2 pesos para que se cobre. ¡No pibe, aquí se paga con monedas. Las metés por esta máquina y listo! En los colectivos argentinos, o en todo caso en los de BBAA, pagas en una máquina que sólo acepta monedas. El tipo muy buena onda, nos jaló hasta el siguiente paradero, porque acá no te dejan en cualquier lado. Es increíble la cultura, esa es la palabra exacta, cultura para manejar. No es mentira, pero a la hora de estar en Buenos Aires, reparamos algo con Carmen: nadie toca claxon. Es rara una bocina, a pesar de la increíble masa de autos que circula por la ciudad, no hay angustias, todos tranquilos, serenos, aceptando el destino que les toca jugar en la pista. puteadas sí, bocinas, no.
Nos deja en Defensa y caminamos de frente a ver hasta dónde llegamos. Mis incursiones en el mapa me indicaban que si seguía hasta el fondo llegaríamos a Plaza de Mayo. Quería que nuestro primer almuerzo fuera en el Centro. En el trayecto dejábamos varios restaurantes con muy buenos precios. Los obviamos porque ese primer almuerzo fuera en el Centro…..
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