Por aquellos años, lo normal era que siguieras el
campeonato por radio. Y el narrador de fútbol era la distancia más corta entre
tus emociones y tu equipo. Nunca más, y en esto soy terminante, nunca más se
volverá a sentir el fútbol como antes de la aparición del cable. Mis emociones
se movían al ritmo de las metáforas de Portanova, la intensidad de Lucho
Izusqui, las descripciones de Elejalder y las inflexiones de Juan Iglesias.
Desde aquel entonces, guardo un gran respeto por los narradores. Los considero
una especie distinta. Con una carga de emociones que guardan en algún lugar y
que aflora en el momento preciso. Ahí cuando la jugada está en el área y el
corazón cuelga, se suspende, pende de un escuálido hilo.
Cada uno tiene su
narrador favorito y eso se respeta. A uno le gusta zutano y a otro, mengano. Y
es válido e irrebatible. Es que hay narradores para todas las tesituras
emocionales.
Toda esta perorata es a raíz de una crónica de Juan Villoro sobre
un personaje que no conocía, pero ahora admiro. Tal vez podría llamarse el padre
de todos los narradores deportivos. Era mexicano, se llamaba Ángel Fernández y
lo apodaban “El Mago”.
Buscando material sobre este personaje encuentro que no
era raro que la gente fuera al estadio tanto a ver el partido como para
escucharlo a él. Dicen que fue el más alucinado de todos. Dicen que puso los más
imaginativos y fabulosos apodos a los jugadores. Dicen que sus metáforas no
tienen comparación. Dicen, dicen, dicen. Sus recursos para definir lo
indefinible son fabulosos.
"Último lanzamiento, pelota rumbo a la goma,
toletazo, la pelota se va... se fue... ¡automovilistas que circulan por el
viaducto... hay un bólido en el camino!”.
¡Brutal!
Es difícil narrar. En el caso
del fútbol, en un partido se tienen que describir movimientos que no son nada
comunes. ¿Se imaginan al primer narrador radial que quiso describir una chalaca?
¿Cómo contar esa jugada de tal manera que el oyente pueda hacerse una idea real
del movimiento del jugador? Es difícil, pues el locutor no puede quedarse en
describir solo lo que ocurre, sería muy aburrido. Se trata de entender que al
otro lado hay un hincha que tiene el corazón bombeando a mil y quiere una
narración al ritmo de sus emociones. El Mago fue capaz de eso. Y más.
“Hans
Peter Brigel, que en alemán quiere decir: Ferrocarriles Nacionales de Alemania”.
Impresionante.
Cuando el jugador Cristóbal Ortega llega al América, describe la
situación con una frase que define su genialidad:
"¡América descubrió a
Cristóbal!”.
Definición premonitoria, pues con los años el volante se
convertiría en uno de los ídolos del equipo.
Imaginación, sentido del humor,
atrevimiento, creatividad = magia = Ángel Fernández.
Su voz, palabras,
imaginación y talento fueron tan contundentes que le cambió de nombre a un
equipo. Cuenta Villoro que a las Chivas rayadas las llamó “El rebaño sagrado”. Y
así quedaron. Al Cruz azul también lo rebautizó: “La máquina que pita y pita”.
Cómo llamar a un jugador alto sin caer en los lugares comunes. Cuando el Mago ve
al arquero soviético Dazaev, dice:
“¡Caray, los de comunicaciones le tienen
envidia a esta torre, nada más de ver eso, señores, se entristece la RKO
Pictures, este sí es el Hombre de los Rayos Arriba!”.
Cuenta Villoro que el Mago
era lector incansable de Shakespeare, García Márquez, Vargas Llosa, Kipling,
Milton y Dos Passos. No, el talento no cae del cielo. La creatividad, ingenio y
el humor son el resultado de un trabajo enorme. Solo con el talento no alcanza.
Tomen nota estudiantes de periodismo: la lectura potencia las habilidades.
Peredo, El Tanke, el tío Elejalder, Kieffer, Rulito, Toño Vargas Kanashiro…, no
importa el nombre, hay para todos los gustos. Sirvan estas líneas para contar
sobre el talento del Mago, y también para recordar a aquellos que nos emocionan
con sus relatos y nos hacen sentir el partido más intrascendente, como si se
tratara de la final de la Copa del Mundo.
Gracias.
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