enero 21, 2019

Y EL MEJOR LIBRO DE FÚTBOL ES...


     Literatura y fútbol. Novelas y partidos. Distintos escenarios, emociones similares.
    Conmocionado. Perú clasifica a España 82. Salimos del Estadio Nacional y vamos al parque Kennedy. Durante el trayecto gritamos: “Cubillas presidente, Quiroga diputado”. Conmovido. Madame Bovary se suicida. Como si fuera el delantero más hábil, Emma sortea a cuanto extraño aparezca para llegar sin sospechas a su destino, la botica, lugar donde se encuentra el frasco con arsénico que dará “solución” a sus problemas.
    Éxtasis. 2001. Gol de Waldir en el Cusco. Palo izquierdo del arquero, camiseta de Pilsen al pecho, campeones nacionales. Llanto. La hermosa Fantine vende uno de sus dientes para dar de comer a su hija Cosette. Los Miserables, Víctor Hugo. Qué fea es la pobreza.
    Los goles de Cubillas, los poemas de Neruda.
Fútbol y literatura. Emociones, sentimientos. ¿Comparar un partido con un libro? ¿El placer de una frase bien lograda es equiparable a un gol de tiro libre en el último minuto? Un absurdo, dirán el bibliófilo y el hincha. Nuevamente alguien citará a Borges y tratará de trazar una línea infranqueable entre la literatura y el deporte rey. Cosas del siglo pasado. Hace rato que intelectuales de todos los tamaños han pasado esa línea y han escrito con tanta pasión una metáfora como un partido de fútbol. Villoro, Vázquez Montalbán, Javier Marías, Fontanarrosa, Casciari y más, hace rato que han amistado al fútbol con las letras.
    Pero es Nick Hornby quien se anima a ir más allá.        “Fiebre en las gradas” es la mejor novela que leí sobre fútbol. Para empezar, no queda claro si Hornby es un hincha que escribe o un escritor futbolero. Sus recuerdos con el Arsenal FC de 1968 a 1992 no solo están escritos en impecable prosa, sino que también retratan de manera exacta al fanático. Cualquiera que hinche por un equipo se sentirá identificado.
    ¿Cuál es el límite del fanatismo, Nick? “Una o dos veces, cuando no podía conciliar el sueño, he intentado incluso contar a todos los jugadores del Arsenal que he visto en directo a lo largo de mi vida. (De pequeño, me sabía incluso cómo se llamaban las mujeres y las novias del equipo que ganó el doblete…)”. Qué fanático.  
¿Y cómo vamos en el amor? “Me enamoré del fútbol tal como más adelante me iba a enamorar de las mujeres: de repente, sin explicación, sin hacer ejercicio de mis facultades críticas, sin ponerme a pensar para nada en el dolor y en los sobresaltos que la experiencia traería consigo”. Y sí, ya está dicho, el fútbol es el único amor para toda la vida.
    Hornby pondera, sugiere, sentencia y piensa sobre la pasión futbolera. Es un fanático que siente lo que todos. “Los días de partido me despertaba con un retortijón de nervios en el estómago, una sensación que continuaría intensificándose hasta que el Arsenal hubiese logrado una ventaja de dos goles al menos, y en ese momento sí empezaba a relajarme un poco…”. Claro que suena familiar.
    Y como buen fanático, Hornby reflexiona sobre algo inevitable, el amor por tu club y el amor por la selección de su país. Partido Inglaterra-Escocia, 1969. “La inmensa mayoría de los presentes disfrutamos mucho el partido como si al menos una noche el fútbol hubiera pasado a ser una variante más de la industria del espectáculo. Puede que, como fue mi caso, la gente disfrutara de la libertad momentánea de no tener  la implacable y dolorosa responsabilidad de ser hincha de un determinado club; yo quería que ganase Inglaterra, pero no por eso era mi equipo”.
    Fútbol y literatura, dos pasiones. Si aún no conoce una de ellas, atrévase, no se arrepentirá.

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