Sueño lúcido, fantasía encarnada, la ficción nos
completa, a nosotros, seres mutilados a quienes ha sido impuesta la atroz
dicotomía de tener una sola vida y los deseos y fantasías de desear mil.
Mario Vargas Llosa
“Contra la exageración de los impulsos inconscientes basada en un análisis
destructivo de la psique, y a favor de la nobleza del alma humana, entrego a
las llamas las obras de Sigmund Freud”.
Las palabras fueron pronunciadas nada menos que por Joseph Goebbels antes
de quemar las obras del padre del psicoanálisis. Igual suerte corrieron los libros
de Marx, Zola, Hemingway, Einstein, Proust, Brecht y un largo etcétera. El
motivo, se consideraban nocivos por el régimen nazi.
Desde las obras de Protágoras, quemadas en Atenas en el 411 a.C, hasta la leyenda urbana que señala que mil ejemplares de La ciudad y los perros terminaron chamuscados, la historia de quema de libros es,
desgraciadamente, bastante larga.
En nuestro país la censura librera ha tenido sus absurdos representantes. Se
sabe que durante el gobierno del general Odría el ministro Alejandro Esparza
Zañartu, había tendido una eficiente red de soplones en sindicatos y
universidades. El propósito, saber qué literatura consumían y capturar esos
libros. La leyenda dice que años después, en 1965, en el patio del colegio
Militar Leoncio Prado se quemaron mil libros de “La Ciudad y los perros”, por
considerarla un insulto al ejército. Con buen talante, Mario Vargas Llosa
calificó el acto como bueno pues mostraba que los militares leían novelas.
Más atrás, durante la Colonia, el Tribunal de la Santa Inquisición tuvo
entre sus principales trabajos el de capturar libros prohibidos.
La pelea era dura entre católicos y protestantes, por eso en 1560 Felipe II
crea la Inquisición en el Perú y pone en marcha un sistema para evitar que
entren a sus colonias libros que contengan ideas contrarias al catolicismo. Los
encargados de captar los libros eran unos oficiales que inspeccionaban los
barcos que llegaban al Callao. La revisión llegó hasta bibliotecas y
colecciones privadas. (1)
Pero esos libros no fueron quemados, se los llevaban a un cuarto al que bautizaron
como El Secreto, ubicado muy cerquita del actual Congreso de la República.
Más cerca en el tiempo, en el año 1967, posiblemente empujado por ese
inquisidor que todos llevamos dentro, el entonces ministro de gobierno y
policía Javier Alva Orlandini, organizó una quema de libros que contenían ideas
de izquierda. El hecho lo detalla Juan Mejía Baca en su libro, “Quema de
libros, Perú 67”. Finalmente debido a la protesta de Mejía y otros
intelectuales se emitió la Resolución Suprema N°
0191-68-GP/60 que dejó sin efecto la absurda medida. (2)
A todo esto la
pregunta parece absurda pero hay que hacerla: ¿Es peligroso un libro? La respuesta parece más insensata
que la pregunta: sí. Cuento un pasaje de “Madame Bovary” de Gustave Flaubert
para explicarlo.
Emma se había casado con un pobre tipo. Un cenutrio, alcaraván y Figa-molla, hablando en
español antiguo. En resumen, el Charles ese era un tonto. Y Emma se preguntó si
debía resignarse a vivir esa existencia miserable, como la califica Flaubert.
Gracias a las lecturas de
Balzac y George Sand nuestra heroína recuperó las ganas de vivir y se atrevió a
amar y a mejorar su existencia.
Cuando su familia buscó el motivo de su cambio, encontró una ruma de libros
acumulada en su mesa de noche. “Por eso fueron donde el librero para acusarlo
de envenenador”. (3)
El libro envenena. Fabuloso. Imposible mejor metáfora.
¿En dónde radica el peligro de un libro? Nuestro premio Nobel Mario Vargas
Llosa lo explica de manera brillante en “La verdad de las mentiras”:
“Los hombres no están contentos con su suerte y casi todos, ricos y pobres,
geniales y mediocres, célebres u oscuros, quisieran una vida distinta de la que
viven. Para aplacar tramposamente ese apetito nacieron las ficciones. Ellas se
escriben y se leen para que los seres humanos tengan las vidas que no se resignan
a no tener. En el embrión de toda novela bulle una inconformidad, late un
deseo. No se escriben novelas para contar la vida sino para transformarla
añadiéndole algo”.
Los libros nos enseñan que la vida puede ser mejor. Que podemos experimentar
la maravillosa libertad. Que en una de esas hasta cambiamos nuestro destino,
como lo hicieron Fabricio del Dongo o Julien Sorel, los fantásticos héroes de
Stendhal. Leer nos hace conocer y conociendo somos menos ignorantes y más
tolerantes. Ya lo sabe, si quiere ser mejor, o por lo menos intentarlo, lea una
buena novela.
1.La
Inquisición y la censura de libros, Pedro Guibovich. Fondo Editorial del
Congreso del Perú. 2000
3.
Madame Bovary, Gustave Flaubert. Editorial Oveja Negra, 1983.
1 comentario:
Excelente artículo
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