La Selección de fútbol acaba de darnos una alegría y eso no es
cosa de todos los días. Quiero subirme a esta ola de felicidad y hablar del
jugador. No de uno específicamente, quiero referirme al jugador en general. De
ese ídolo con quien sufrimos y gozamos.
Uno de los mejores momentos de mi vida fue cuando con mi hijo
fuimos a SVR a ver toda la campaña de Los Potrillos de Arrué. Pasan los años y
no me puedo olvidar de esos negros maravillosos. Pasan los años y no puedo
olvidar “las caras lindas de mi gente negra”. Los quiero y estoy tan agradecido
con ellos que nada me interesa si se acuestan temprano o no. Me disculparán los
trapenses del fútbol, aquellos que parecen haber consagrado su vida a la más
estricta disciplina religiosa y piden jugadores castos y abstemios. Parece que
algunos esperan once consagrados a la Virgen María. Yo no. De mis jugadores espero
entrega, pasión, amor por sus colores, nada más. Si toman vino, cerveza o Jägermeister
en realidad no me interesa. No me meto en sus vidas porque no me gusta que se
metan en la mía.
Somos una sociedad rara pues le pedimos al futbolista cosas que no
le exigimos a profesionales con trabajos de mayor responsabilidad. Creo que el
desarrollo de un país está ligado a que por lo menos cuatro de sus
profesionales con mayores responsabilidades alcancen la categoría de
ejemplares. Ellos son: el médico, el policía, el profesor y el cura. Si ellos
son excelentes, la sociedad lo será. Sin embargo, a ninguno de ellos le exigimos tanto como a un futbolista. A ningún profesor le hacen
control antidoping. No se conoce que a los médicos los concentren varias semanas para hacer mejor
su trabajo. Tampoco se sabe de algún cura que se someta a rutinas de carácter militar o que lo infiltren para que llegue
en condiciones de competencia.
No sé de algún profesor, policía, médico o cura que sea sometido a
un control antidoping luego de haber realizado su trabajo. Y menos que hayan
sancionado a alguno si se la “pegó” el día anterior. A ninguno de ellos se lo
exigimos, pero al futbolista sí. Creo que una sociedad que hace cuestión de
estado por la borrachera de un futbolista y es indiferente ante el sistemático
robo de su clase política, es una sociedad muy enferma. Y en eso nos hemos
convertido.
Nos indigna que un futbolista trasnoche porque es un “mal ejemplo
para nuestros hijos”, pero quedamos callados ante el funcionario corrupto, el
profesor abusivo y el cura que se aprovecha. ¿Están sancionados los curas
acusados de pedofilia?
El fútbol tiene la maravillosa facilidad de sacarnos lo mejor y lo
peor que tenemos. Que la historia de derrota de nuestro equipo no sea el
pretexto para sacar a luz todas nuestras frustraciones de la vida diaria. Pido
perdón a los neo aspados, pero por esas constantes alegrías, por esos gritos de
gol, por esos coros de miles que hacíamos en la tribuna, yo no puedo joderle la
vida a mi ídolo. Que haga lo que quiera, es su vida. Aprendamos más a ver en
nuestras existencias y no en las de los otros.
Termino con el extracto de un maravilloso texto dedicado al
futbolista, el autor, Eduardo Galeano.
“El barrio lo envidia: el jugador profesional se ha salvado de la fábrica o de la oficina, le pagan por divertirse, se sacó la lotería. Y aunque tenga que sudar como una regadera, sin derecho a cansarse ni a equivocarse, él sale en los diarios y en la tele, las radios dicen su nombre, las mujeres suspiran por él y los niños quieren imitarlo. Pero él, que había empezado jugando por el placer de jugar, en las calles de tierra de los suburbios, ahora juega en los estadios por el deber de trabajar y tiene la obligación de ganar o ganar.
Los empresarios lo compran, lo venden, lo prestan; y él se deja llevar a cambio de la promesa de más fama y más dinero. Cuanto más éxito tiene, y más dinero gana, más preso está. Sometido a disciplina militar, sufre cada día el castigo de los entrenamientos feroces y se somete a los bombardeos de analgésicos y las infiltraciones de cortisona que olvidan el dolor y mienten la salud...”
Fútbol
a Sol y Sombra.