enero 28, 2015

CANGREJO NEGRO

Eloy, gongorista de barrio populoso,
 conde de Surquillo, como
 Valdelomar lo fuera de la aldea. 
Con él regresa a las letras peruanas 
la vejada cuestión del barroco. 

Hugo Neira 


    Hace muchos años, cuando las cosas eran más simples y la tecnología no guiaba nuestras vidas, El Comercio publicó un anuncio solicitando un cronista. Al llamado acudieron 30 valientes. El encargado de tomarles la prueba les dijo que formaran una fila para subir a un bus y enrumbar al Callao. Se fueron al primer puerto y al bajar se toparon con la contundente imagen de un barco que se estaba hundiendo. “Hagan  una crónica sobre esto. Tienen 40 minutos”. Empieza la jornada y a los cinco minutos uno de los postulantes se tira al agua y nada hasta el barco intentando sacar ventaja. Todos se sorprenden. Pasa el tiempo establecido. Se termina la prueba. El evaluador lee los trabajos y escoge al afortunado. ¿Quién ganó? Erróneamente se podría pensar que fue quien se tiró al mar. No. Quien ganó fue aquel que escribió una crónica sobre la persona que se tiró al mar para escribir una crónica sobre un barco hundido. Simple, mientras todos tenían una historia, el ganador escribió 2.

    El periodista, dice García Márquez, es un buscador y un contador de historias. Pero no todos proponen una atractiva, que te mantenga prendido al papel hasta el punto final. En la que acabo de contar, de 30 periodistas que acudieron a la cita, solo uno hizo una historia diferente y me atrevo a decir que esa es la proporción. En nuestro oficio, aquellos que pueden contar una historia distinta son minoría. Son raras aves en vías de extinción. Y esas historias, por lo general, se cuentan en tono de crónicas.
    Me encantan las crónicas. Soy de esos que se puede comprar una revista por una sola crónica que valga la pena. Y luego la corto y la pongo en un archivo. Por eso para este trabajo escogí este género periodístico. Y de todos tomé al que considero uno de sus máximos exponentes: Eloy Jáuregui.
    “El periodismo, como la prostitución, se aprende en la calle”, dice Saúl Faúndez, simpático y antipático director del Clamor, diario de ficción de la novela Tinta Roja. Y en esto Eloy parte con ventaja pues es de Surquillo, barrio que de tan popular termina siendo peligroso, por lo menos en algunas zonas.
    He analizado el trabajo de Jáuregui en “Usted es la culpable”, libro escrito hace 2 décadas y que según mi punto de vista muestra lo mejor del cronista. Hay que decir que “Usted es la culpable” es el nombre de un conocido bolero, que no es de Luis Miguel, sino de Luis Antonio Zorrila. Dicho sea de paso un título reciente de Eloy es “Tu mala canallada”, que hace alusión al valse Olga, de Pablo Casas Padilla. Escoger boleros o valses como títulos de sus libros, reafirma esa condición de barrio que tiene Eloy, escritor de aserrín y rockola.
    La temática de Eloy transcurre por temas urbanos. Ha escrito sobre bares, callejones, prostitutas, símbolos sexuales, badulaques, calaveras, rufianes y cuanto etcétera se nos ocurra.
    Para empezar, he tomado un artículo que me parece emblemático. Jaureguiano en esencia, si se me permite. Nótese el interesante trabajo de descripción del cuadro inicial. El detalle descriptivo es el ADN de los escritos de Jáuregui. Analizaré 4 artículos de Eloy a partir del íncipit, que es el inicio de un escrito. El comienzo me parece particularmente importante pues es ahí donde empieza la relación con el lector. Si en ese primer párrafo el escritor no tiene la capacidad de llamar la atención, de seducir, el trabajo será en vano. Dice García Márquez que en ese primer párrafo se juega el futuro de la crónica. Hay que escribir, dice Gabo, de tal forma que el lector se fagocite lo que sigue.     
Fagocitar. Me encanta esa palabra. Me encanta su sonido y significado. FA GO CI TAR. Tal vez no exista mejor forma de definir el hambre con ansiedad. Cierro paréntesis.
    La nota la escribe a raíz de los 30 años de la muerte de Marilyn Monroe y ya el título es tremendamente seductor: Marilyn, 30 poses después.

Y dice así:

“Fue en el dentista, en el satánico doctor Ruíz de la cuadra ocho del jirón Dante en el barrio de Surquillo. Ahí donde Marilyn me sonrió por primera vez. Entonces yo, de preciso pantalón corto y de injusto y largo dolor de una sola muela, aferrado con una mano a la de mi madre y con la otra a la página trajinada de la revista Life en español, revista de salita de dentista, de dentista de barrio, la hice mía, a Marilyn y no a la pasada y pesada revista, la hice mía ante el Corazón de Jesús y un letrero solemne: «Silencio». Y silencioso fue aquel connubio entre las nubes de mi primer debut. Porque ese doloroso invierno de los sesenta, Marilyn estaba viva y voluptuosa aunque ya había muerto, estaba vivita y coleando en la gran foto a color y viva ante el soplete de mi mirada pubertosa y cómplice: yo, iniciado en los hervores del amante rito, Marilyn, empezando a erigir su inflamante mito”.

    El dentista y Marilyn. El placer y el dolor como parte de un todo. Porque así es. El máximo placer: Marilyn; el máximo dolor: el dentista. No podía ser de otra manera. Fantástico.
    De arranque Eloy plantea una situación social: chico humilde. Las historias tienen mayor impacto si se sitúan en la zona pobre de la vida. Tolstoi decía: Las familias ricas no producen novelas”. Creo que lo mismo podría decirse de las crónicas.
“Cuadra ocho del jirón Dante en el barrio de Surquillo”.

    Creo que si el niño hubiera sido de San Isidro o Miraflores, el impacto hubiera sido otro.

“Entonces yo, de preciso pantalón corto y de injusto y largo dolor de una sola muela, aferrado con una mano a la de mi madre y con la otra a la página trajinada de la revista Life en español, revista de salita de dentista”.

    Lo maravilloso de esta descripción es que ofrece imágenes. Este texto es un ecran gigante, un plasma. Las innumerables veces que leí a mis alumnos este primer párrafo, he visto al pequeño Eloy agarrado a su madre, sufriendo de dolor de una sola muela, y al mismo tiempo sorprendido con Marilyn. El detalle de señalar que el dolor era en una sola muela enriquece al texto. Pudo haber puesto dolor de muelas, pero no, en el detalle está el detalle.

    Y sigue:

“…la hice mía ante el Corazón de Jesús y un letrero solemne: «Silencio». Y silencioso fue aquel connubio entre las nubes de mi primer debut. Porque ese doloroso invierno de los sesenta, Marilyn estaba viva y voluptuosa aunque ya había muerto, estaba vivita y coleando en la gran foto a color y viva ante el soplete de mi mirada pubertosa y cómplice..”

    Dios y lascivia. Dolor y placer. Joven y adulto. Niño. Hijo y amante. Madre y sexo. Eloy no respeta nada. Junta lo irreconciliable. Como debe ser. La descripción del encuentro del pequeño y el mito es contundente: “el soplete de mi mirada”. La única formar de que un niño mire a Marilyn es así: con ojos de soplete. La descripción es exacta.
    ¿Cómo escoge sus historias Eloy? El Facebook me da la oportunidad de preguntárselo y el tiempo le da la opción de responderme:
    “Por ser viandante, traficante y callejero, las historias me escogen a mí. Soy muy curioso porque todo me llama la atención. Observo el mundo con la boca abierta. Creo que practico una mirada horizontal, un cuarto ojo, veo desde abajo. Oigo por una oreja y escucho por un oído. Soy así un estereotipo en estéreo. Multicultural e interdisciplinario estoy detrás de la novedad y antes de la escritura. Duermo poco, soy un escritor de noches y no nocturno, un conde Drácula sin dientes afilados, pero con lengua viperina y labios ponzoñosos… En todo caso me llaman la atención las historias de los desvalidos y las patrañas sin fábulas que desordenen el epigrama de lo normal. No me caso con nadie porque me acuesto con todas”.

    No se casa con nadie dice Eloy, creo que con Emmanuelle estuvo a punto.

Silvia Kristel / O CON EMMANUELLE EN EL BURDEL

“Si hay novelas para leerlas con una sola mano también hay películas para observarlas con cinco dedos de furia. Veamos, por esta vez empecemos por atrás. Yo era un muchacho místico a punto de ingresar al seminario. Puro, esa vez en el cine Lido, ensopado en la oscuridad de la sala casi mi dormitorio, conocí a Sylvia Kristel, la mujer que encarnó en el cine el mito erótico de Emmanuelle. Fue un deslumbramiento más que un alumbramiento diabólico. Ella pecadora y holandesa láctica había nacido para el sexo ecléctico. Yo berreando, existía solo para el reojo óptico. Cuando me tocó ver “Alicia o la Última Fuga” fui atrapado erecto. No era un film del montón. La cinta pertenecía a la firma del maestro Claude Chabrol. Film brillante, lascivo y lujurioso. Silvia así, fue la eternidad de la fugacidad y ahora que se ha muerto a sus 60 años con un cáncer en su garganta profunda, es la caducidad de la inmortalidad”.

    En línea y media te pone en situación. Te pone sexo, ansiedad, lascivia, lujuria. Desear y prohibir. En 19 palabras te dice, sin decirlo, el propósito de una película porno en un cine de barrio. Niño y sexo, tema complicado que Eloy plantea de manera lúdica. Es inevitable una sonrisa ante esta primera frase. Además, te habla de un tema tabú. No seamos hipócritas, habla de masturbación. El joven Eloy se presenta juguetón, libidinoso pero inocente al mismo tiempo. Un adolescente tierno de un barrio clasemediero o mejor aún, pobre.

“Esa vez en el cine Lido, ensopado en la oscuridad de la sala casi mi dormitorio, conocí a Sylvia Kristel.”

    No lo dice pero sugiere un ambiente sórdido, atestado, oloroso y pringoso. Sí, el texto, a mí por lo menos, me sugiere olor. Un festival de aromas digno de un prostíbulo en hora punta. Porque esa sala de cine era casi su dormitorio. Aquí es inevitable el feed back, no encuentro una palabra en nuestro idioma, con el lector. Él relata su encuentro con la Kristel y yo estoy recordando el cine Raimondi de mi infancia. Me estoy viendo entrando con el debido sigilo, para que nadie me vea. Si el lector evoca, el artículo trasciende.
    Sobre el estilo de Eloy la periodista Josefina Barrón ha dicho: “Eloy Jáuregui, cronista crónico, lingüista de lengua larga, letra achorada y acholada, poesía que se desboca… melómano y mitómano por voluntad propia que para la literatura esto último es virtud irrefutable… marida historias reales con otras de ficción, en él nada y nadie es antagónico o excluyente”. (1)

    Sobre Eloy el historiador Hugo Neira dice:

    “Las crónicas de Eloy Jáuregui, en donde las publique reúnen lo inconciliable, la fealdad del achoramiento y el giro lingüístico. El estilo directo no es lo suyo. ¿El reciclaje de la nostalgia, los ídolos embarrados por el calor de la industria cultural? Mucho más que eso. Un trabajo escritural. Una inesperada intelectualización de lo pasajero y turbio, lo infame y lo vulgar del contorno nada bello de Lima y de lo limeño”.(2)
    Quiero saber más sobre Eloy y hago lo obvio pero complicado, le pido que se defina. Esto es lo que me dice: “Soy, supongo, un escritor simultáneamente clásico y al que se le reconoce haber siempre buscado ampliar la base del canon de las letras. Un conservador por rupturista y romántico. En todo caso, un académico por vulgar, un letrado de letrinas. Un barroco de lo barroso. Intento así que aquel que me lee se altere por simpatía o repulsión”.

    Veamos otro artículo. Bares de Lima, una copa más.

“He ingresado al bar por enésima vez y el altar luce atiborrado de botellas. Entonces me siento un poseso con una sed descomunal. Frente a una barra de un bar uno es inmortal porque el aroma a la muerte desaparece y un cielo de sueños me atrapan con la sed más deliciosa. Toda mi reverenda vida está en los bares y de ahí he robado su belleza y poesía. Soy acólito de sus brebajes y un monje de su religión. Los bares son el poema que siempre quise escribir y el texto que me haga sobrevivir….”

    Aquí Eloy hace una confesión de parte que pocos se atreverían a hacer: el de admitir su seducción por el alcohol. Muchos lo sienten, millones, pero pocos lo admitirían. El único que se me ocurre tuvo una franqueza similar, en otras dimensiones y otro tiempo, pero similar, fue Li Tai Po, el fantástico poeta chino:

Bebiendo solo a la luz de la luna
Entre las flores, un tazón de vino
bebo solo, ningún amigo está cerca.
Levanto mi Copa, invito a la Luna
y a mi sombra, y ahora somos tres.

    Lo que para cualquiera es un aparador para Eloy, y seguro para el escritor chino, es un altar. Y no podría ser de otra manera. Y añade: “Entonces me siento un poseso con una sed descomunal. Frente a una barra de un bar uno es inmortal porque el aroma a la muerte desaparece y un cielo de sueños me atrapan con la sed más deliciosa”. Hay diversos tipos de sed. La del alcohol es la más deliciosa. Lo sabemos por Eloy.

    ¿Lo que escribe Eloy son crónicas? Difícil decirlo pues en periodismo es complicado definir géneros. En todo caso, no hay definiciones absolutas. Cada uno tiene una. Eloy me cuenta la suya.
 

    "La crónica es un documento que se adhiere con desesperación a lo real de la realidad. La crónica es un arte liminar. Un canon amorfo de paradigmas fronterizos. Se apropia de cuanto género periodístico y de los otros que existen para instaurar en un mismo texto, hipervínculos antes considerados antagónicos o excluyentes. Es el ornitorrinco mediático, como dice Juan Villoro, porque hace maridajes con historias reales y con la ficción, con el propio periodismo y con la literatura. Hace el amor entre la objetividad y la subjetividad. El acto oral y el escribal. Entonces, es un camaleón y además padece de hibridez. Se mimetiza y se erecta. No es la ni él [crónica]. No tiene sexo mas sí seso. Se codea con la literatura de las ideas, el ensayo. Juega con la crítica y arma un constructo de no ficción. Por eso tiene un carácter anticanónico y antivicario”.

    Para terminar, tal vez el amor más raigal del escritor: el bolero. Y de este género uno de sus máximos exponentes.

Lucho Barrios / SI LA VIDA ES ASÍ, PARA QUÉ MÁS VIVIR

“Marabú” fue mi canción de cuna sicalíptica. Allá, en los bares del barrio de Surquillo, las rockolas en 1957 lo tocaban a todo volumen –como a la mayoría de chicas en punto de caramelo– y eternamente les inyectaba su dulce veneno. El recuerdo de mi niñez está marcado por ese bolero más que la teta de mamá. “Marabú” fue canto y se hizo bolero gracias a que Lucho Barrios lo escuchó cuando vivía en Guayaquil y a punto de escapar del closet. Lo oyó y lo grabó con los arreglos de “Chalo” Reyes y “Cato” Caballero. El hecho es hito de la música popular urbana. La grabación fue hecha luego, en los estudios del sello MAG de Lima un 3 de marzo de 1957. “Marubú” es así el primer bolero peruano masivo y popular. De su autor se sabe tanto como nada y del título, que es la nomenclatura de un ave parecida a la cigüeña y que no tiene absolutamente nada que ver con la letra. Ya en el colmo, en todo el bolero no se la menciona para nada al ave. Entonces ¿por eso es peruano? No creo.
    De inicio nuevamente la ruptura con lo lógico, lo sugerido, lo políticamente correcto: “Canción de cuna sicalíptica”. El tierno niño mutado en engendro libidinoso. Ternura y lujuria. ¿es posible? En el universo de Jáuregui sí. Y luego entra el barrio en toda su extensión. Su querido Surquillo, escenario de sus historias. La Nueva York de Woody Allen. Porque no hay nada más popular, más barrial, más de alcurnia lumpenesca que una rockola en un bar. Y de fondo, un bolero. Y no cualquier bolero, nada menos que Marabú, el himno nacional de los choborras. El Ave María que rezan los pecadores penitentes cuyo único delito cometido fue amar. Y como si fuera poco, amor y desdén. Al comienzo ubica el tema como el primer bolero popular y masivo, pero inmediatamente, iconoclasta él, dice que el título no tiene nada que ver con la canción y que encima ni se menciona a esta ave de la familia de las "Ciconiidae", ni una sola vez . Bolero mítico y absurdo.

    Las clasificaciones por supuesto que ayudan, pero si el texto seduce al lector y cumple con el propósito de dar información, tal vez le debemos dejar la rigurosidad escolástica. Por lo menos así lo creen los lectores de Jáuregui a quienes define así:
“… Cada escrito mío tiene su propio destino, su particular signo y específico hado. Tengo de esta manera cómplices y alcahuetes como también enemigos y antagonistas. Creo así que mis crónicas, ensayos o poemas no pasan inadvertidos porque siempre provocan escozor o gustos arrepentidos. Cierto que intento cada vez ser un provocador probado. Un sedicioso vicioso. Y como consecuencia de practicar las paráfrasis, los retruécanos y las parodias me quieren y me odian. Es mi destino fino, final, sin tino y trino. Un exégeta exagerado, un leído ido. Un cantor de cantinas, un autor autorizado.


1. Publicado en el diario El Comercio. Domingo 15 de diciembre del 2013

2. bloghugoneira.com



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