Un grano. Y no en cualquier lugar. Un grano en medio de la nariz. Y no cualquier grano, estoy hablando de EL GRANO. Con mayúsculas, letrero luminoso, fuegos artificiales y señal de alarma.
Si me pasaba a los 20 años habría muerto. No me asomaba a la puerta hasta que hubiese desaparecido. No solo por las miradas, sino, principalmente, porque mis amigos me hubieran destrozado.
Un grano en la punta de la nariz es un negro en baile de blancos. Un blanco en Chincha. Un pelo en la leche.
La punta de la nariz es la zona VIP de los granos. Es haber llegado a La Meca. Cuando los granos son chiquitos, espinillas o insípidos chupitos, hacen su proyecto de vida. Unos simplemente quieren salir, no importa dónde, solo salir. Otros buscan lugares incómodos, como la nalga o la frente. Pero el grano que quiere trascender, ese que tiene gran autoestima, quiere salir en el medio de la nariz. Desde niños sueñan con llegar ahí. A la cima. Y es lógico. Ahí todos te ven. No pasas desapercibido.
Y lo digo yo que sé de granos.
De adolescente tuve tuberculosis cutánea, lo que en buen romance significa granos hasta en el poto. Afortunadamente no dejaron secuela, pero fueron años difíciles. Años de granos agresivos. Terribles. Inoportunos. Sí, de esos que aparecen los viernes en la noche.
Por aquellos tiempos mi espejo era el campo de batalla de mi lucha contra los granos. Cuando me miraba veía un escupidero de pus. Esas marcas eran la prueba latente de mis granientas luchas. Batallas que, por supuesto, perdía. No quería que limpien ese espejo. Era la evidencia de un enfrentamiento que algún día pensaba ganar. Ese espejo era un aliciente. Un recuerdo de mi enemigo más odiado.
Las zonas preferidas de mis granos eran las patillas, las cejas o arco superciliar, como dicen los periodistas de box, la frente y, por supuesto, la nariz.
Sin embargo, recuerdo pocos granos en la punta de la nariz. En las partes laterales sí. En la punta muy poco. Menos como el que me salió hace poco.
En todos los lugares se pueden disimular los granos, pero en la punta de la nariz jamás. Tenerlo en la punta del “naso” es casi como decirle a la gente: - Señor, por favor, diga algo de mi grano.
El fin de semana pasado decidí sacar a pasear a mi grano, porque es así, un grano en la nariz no lo tienes, él te tiene. Te conviertes en su accesorio. Él pasa a ser más importante que tú mismo.
El fin de semana anterior, decía, decidí sacar a pasear a mi grano. Fuimos aL Wong de la Bajada Balta. Y la sensación es que todos me miraban. Es como si casi esperara que me saludaran a mí y al grano. Buen día, señor. Buen día, grano. Así es.
Pasó luego de comprar la palta. Dos personas cuchichean. Es que el grano en la nariz tiene la facultad de desarrollarte un delirio de persecución. ¿Estarán hablando de mi grano? No importa. En realidad me da risa toda esta situación. Le pregunto a un chico dónde están las papayas hawaianas. Todavía no llegan señor. Estarán para eso de las 3 de la tarde. Señor, disculpe, que tremendo grano tiene en la nariz. No me lo dice, pero estoy seguro de que lo piensa. Más adelante otra persona me mira, me mira insistentemente. Cuando ya empieza a incomodarme su mirada, se acerca y me dice: - Usted salía en TV ¿no? Le digo que sí y acelero. – Claro, ahora ya no sales, ¿cómo hacerlo con tremendo granazo? Estoy seguro que lo pensó.
Me pongo en una fila para pagar. Una cajera me llama a una que está vacía. -¡Pobrecito ese señor lo ayudaré con ese tremendo granazo! Voy, agradezco. No se preocupe señor, no fue por usted, fue por su grano! Seguro que lo pensó.
La vida de un grano siempre es relativa. Si le pones pomada, crema, pasta dental, Mertiolathe o juguito de mastuerzo, como hacíamos en mi barrio, dura 7 días, de lo contrario dura una semana. Sí, el grano tiene vida propia más allá de lo que proponga la ciencia o la receta de la tía.
Ya pasé la barrera de los 50 años y, aunque intermitentes, los granos me siguen acompañando. Ya dejé la esperanza de que desaparezcan totalmente de mi vida. Ahora de manera sabia solo aspiro a que simplemente tengamos una convivencia pacífica.
¡Y que no me salgan en la punta de la nariz, por favor!
Ideas, sueños, fantasías, rabias, conspiraciones, ternuras, fanatismos y preocupaciones de un peruano formado al ritmo de las canciones de Hola Yola, el Vaso de Leche del Tío Johnny y la Reforma Educativa del General Velasco. Que se iba a la camita con el Topo Gigio y juntaba sus álbumes de Editorial Navarrete. Algo más.... Twist y nada más
agosto 17, 2013
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