Acabo de terminar La Hora Azul de Alonso Cueto y al
cerrar su última página me volvieron las preguntas de siempre. ¿Cuánto de
verdad habrá en lo contado? ¿Habrá existido Míriam? ¿Existirá Miguel? ¿Cuánto
de realidad y cuánto de ficción hubo en cada línea? Siempre es lo mismo. La
literatura me suele dejar la sensación de haber transitado por un territorio
donde no están claramente delimitadas las fronteras entre la realidad y la
fantasía. Tal vez el éxito de un escritor sea construir sus historias en esos
linderos. Quizás para los escritores la realidad sea un asfixiante corsé que no
están dispuestos a calzarse.
Me ocurrió cuando leí El Libro de los Sueños de Jorge
Luis Borges. ¿Acaso la nacionalización del petróleo iraní está relacionada con
las actividades oníricas de un parlamentario? Hábil en transitar por esa
jurisdicción donde la verdad se confunde con la imaginación, el escritor
argentino cuenta que Mohammad Mossadehg prefirió quedarse descansando en su
casa y no asistir a una sesión del congreso. Cuenta que en plena siesta soñó
que un personaje le decía: "No son momentos para descansar, levántate y ve
a romper las cadenas del pueblo de Irán". Mossadehg le hizo caso y reanudó
su trabajo en la comisión del petróleo y dos meses más tarde se aceptó el
principio de nacionalización. ¿Cambió la historia de Irán por el sueño de este
personaje? Tal vez. Si antes los gobernantes griegos decidían el futuro de
millones de personas por el sentido que tomaba el vuelo de los pájaros, es
perfectamente posible que el destino de Irán cambiara aquella tarde que un
político decidió tomarse una siesta. Pero también es posible que todo sea
producto de la imaginación de Borges.
¿Imaginación, realidad maquillada, fantasía? Todo es
posible. Mientras más leo, más dudas tengo. ¿Alguien me podría decir si es
verdad que en un pequeño pueblo de Francia un obrero murió de felicidad? Cuenta
Flaubert que en la Catedral Gótica de la ciudad de Rouen se construyó la
campana de Amboise: "En toda Europa no hay una que se le pudiera comparar.
Pesaba cuarenta mil libras y era tan bella que al verla, el obrero que la
fundió se murió de un ataque de alegría". Es cierto que suena hermoso que
la felicidad ocasione la muerte; sin embargo, que se sepa, ese mal aún no está
registrado en el vademécum médico, pero la ciudad de Rouen existe y la hermosa
campana también, sobre el obrero que la fundió sólo se sabe que de un momento a
otro murió de una rara enfermedad.
La verdad o no de un texto me ha ocasionado enormes
conflictos. Hasta que leí a Osvaldo Soriano fui un pobre iluso que creyó
conocer los arcanos de esa pasión de inocente apariencia llamada fútbol. Para
mi sorpresa y seguramente la de muchos especialistas, Soriano comenta con lujo
de detalles el campeonato mundial de fútbol celebrado en Argentina en 1948.
Cuenta el escritor que su abuelo fue uno de los árbitros de este campeonato en
donde por primera vez, y gracias a la tecnología alemana, se pudo jugar con una
pelota de válvula automática. El título se lo llevó un combinado integrado por
indios mapuches y fue dirigido por el hijo del legendario Butch Cassidy. Al
final de leer este cuento, la pregunta se repite: ¿cuánto de lo leído es
producto de la imaginación del autor y cuánto es producto de la realidad?
A más lecturas más dudas.
Nunca se sabrá si es cierto que Goethe sólo conoció
el amor físico a los 40 años, como dice Milán Kundera en La Inmortalidad, o si
los libros de arte deben leerse abriéndolos en un ángulo de 90 grados, como lo
sugiere José Luis Sampedro en La Sonrisa Etrusca. La mentira pues, parece un
argumento válido en literatura. En La Decadencia de la Mentira Oscar Wilde dice
que: "Así como se conoce al poeta por su bella musicalidad, de igual modo
se reconoce al mentiroso en sus ricas articulaciones rítmicas... una de las
principales causas del carácter singularmente vulgar de casi toda la literatura
contemporánea es, indudablemente, la decadencia de la mentira, considerada como
arte, como ciencia y como placer social". En La Verdad de las Mentiras,
Mario Vargas Llosa profundiza en la mentira como argumento literario: “...los
hombres no viven sólo de verdades, también les hace falta mentiras... la novela
pues, es de una ética amoral, o mas bien de una ética sui generis”. Camus
aseguraba que ningún artista tolera lo real y Platón por su parte, destierra a
los poetas de su república porque ejercen una función mentirosa del lenguaje.
El realidad el límite nunca se sabrá o tal vez sea
el que uno quiera ponerle. Tal vez finalmente, hartos de una realidad que salvo
excepciones nos rebaja como seres humanos, hayamos elegido la mentira como un
cable a tierra que nos permita ver a ese primate que habla y opone el pulgar a
sus demás dedos, como una criatura capaz de construir un mundo más lindo que
esa fea, deforme y con mal aliento realidad que nos ha tocado vivir.
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