Creer es un ejercicio difícil,
complicado. Solemos desconfiar simplemente porque el resto desconfía. O sea,
que no confío porque no confiarían en mí. Ese es el signo de nuestros tiempos.
Otra de las cargas que la ideología liberal, la del todo vale, nos obliga a
llevar. Y vaya que pesa.
Desconfiar es fácil. Confiar en cambio,
es muy difícil. La evolución alentó en nosotros la desconfianza. El hombre de
las cavernas era desconfiado. Y era egoísta. Cómo no serlo si cualquiera le
podía quitar la comida recién conseguida. Y la comida era la vida, por eso desconfiar
era vivir.
Afortunadamente evolucionamos y
descubrimos que la confianza redituaba. Si te ponías de acuerdo con tu vecino
de caverna, se podían asociar para cazar un animal más grande y llevar a la
caverna alguito más de alimento.
Un día, ese rudimento de hombre
descubrió el altruismo y evolucionó. De ahí a la empatía había un paso.
Sin embargo, algunos siguen en las
cavernas.
Toda esta perorata es para decir que soy
de esos raros mortales que confía profundamente en que Reimond Manco triunfará
en Alianza. No tengo motivos racionales, pero creo en Reimond. Me guía mi
intuición y el, hoy pasado de moda, concepto del altruismo.
Lo hago porque considero que confiar es
mejor que desconfiar. Pero además por lo dicho líneas arriba. Cuando desconfío
me siento más animal, confiando me siento más evolucionado. Siento que crezco.
Sé que Manco tiene un pasado que lo
condena, pero opté por olvidarme de eso y creer que ahora sí hará las cosas
bien.
Es que prefiero ver el vaso medio lleno
al vaso medio vacío. Y siempre elijo creer a dudar. Prefiero ser iluso, tonto,
ingenuo, inocente, a escéptico o incrédulo. Prefiero mil veces la esperanza a
la desconfianza, la ilusión a la desesperanza. Pero no siempre fui así. Aprendí
a ser confiado. Me costó pero aprendí.
Prefiero ser optimista a pesimista, reír
a molestarme, mirar a los ojos a bajar la mirada; algo difícil en el país donde
se sospecha de todo y de todos, y la amargura y la baja autoestima casi nos
definen como nación.
Soy un iluso en todo aspecto. Por ejemplo, no uso ascensor porque la energía eléctrica es altamente contaminante y no
quiero contribuir más con la destrucción del planeta, que bien destruido está.
Por eso ninguno de mis alumnos me vio ni me verá jamás usar el ascensor. ¿Qué
tonto no? Por eso subo hasta diez pisos y lo hago con mucho gusto, y de paso
hago ejercicios, pero ascensor nunca uso.
Creo en Manco porque soy un iluso, un
rapsoda, un soñador, creyente acérrimo de la frase de Nietzsche: “Si no puedes
cambiar el mundo, por lo menos barre tu vereda”. Bajo esta premisa todos los
ciclos me voy con mis alumnos a hacer trabajo social. No creo en la política, pero sí en la solidaridad y el compromiso, lejos de partidos u otras
organizaciones. Y ojo, mis alumnos tienen prohibido tuitear cuando hacen labor
social. Nada de selfies para que vean lo “buenitos” que son.
Soy tan ingenuo, tan estúpido, que
cuando el Grupo El Comercio compró EPENSA, puse en Twitter que guardaba la
esperanza de que con tantos periódicos por lo menos uno se hiciera bajo los
valores del periodismo y no de los de la ley de mercado.
Así soy de ingenuo.
Tampoco soy
tan estúpido como para creer que vamos a ir al mundial. Nunca tanto. Pero con
eso no hago daño a nadie. No insulto a nadie, ni me burlo de nadie.
Por eso y
muchas cosas más, como dice la canción, festejo de todo corazón el regreso de
Manco. Y espero que le vaya bien. ¿Y saben? si tuviera 30 años y por enésima
vez le dan una nueva oportunidad en Alianza, igual seguiría creyendo.
Así de
ingenuo soy.